Vía: @grjoseluis
Fuente: EL NACIONAL · LUNES 23 DE ENERO DE 2012 ·
Por: Carmen V. Mendéz.
Francisco Da Antonio, ex director de la Galería de Arte Nacional, considera que el divorcio entre museos y las nuevas generaciones es evidente. Lo atribuye al hecho de que la pintura es un arte muy difícil. "Es un arte del silencio", dice. El investigador entiende que un grupo de rock o de salsa llene un estadio, pero que nadie espere que los jóvenes vayan en multitudes a ver una exposición. "No lo atribuyo tanto a ellos, sino a nuestras fallas y carencias de los últimos años. Recuerdo que, incluso hasta la década de los ochenta, los museos se llenaban de gente de todas las edades, igual el teatro. Todo funcionaba", señala.
—¿Por qué cree que el público ha mermado en las instituciones?
—En los últimos años se ha formulado una crítica con respecto a que los museos eran solamente visitados por los pudientes, la pequeña burguesía, la aristocracia. Para mí el problema no es quién los visita, sino que todos acudan. No me preocupa que vengan en alpargatas o en esmoquin, lo importante es que si la gente de traje o los que tienen carro son los que van a los museos, motivemos también al resto. No nos planteemos el problema de que son sólo aquellos y no estos, y ahora vamos a hacer una programación sólo para estos. El disfrute del arte no es un problema de clase ni de nivel económico o social, es un problema cultural. Es preferible tener los museos, las galerías, los teatros llenos antes que vacíos porque se considera que ello sólo beneficia a los otros, a otra gente, a un cierto sector.
—¿Ha habido un mea culpa institucional?
—Cuando estuve como presidente, y luego como director de la GAN, en más de una oportunidad participé en reuniones con Francisco Sesto, el entonces ministro de Cultura, en las que expresé que ojalá el Presidente convocara a la gente, que pronunciara tres palabras ante la gran audiencia que tenía y que no ha perdido: "Visiten los museos". Si él solamente dijera eso, la gente comenzaría a hacerlo. Es como un producto que se vende, aunque el vocablo "producto" pueda resultar incómodo. Pero viéndolo en un sentido pragmático, el producto que generan los museos es cultura. Entonces, vamos a venderlos, a crear esa imagen para que los visiten. A mí no me gusta hacer críticas radicales porque en este momento terminan siendo politizadas. Más bien me preocupa el estudio de los orígenes del problema y las posibles soluciones.
—¿Se está enderezando el entuerto en los museos?
—Mire una cosa sencilla: la exposición del pintor Pablo Wenceslao Hernández que curé fue muy modesta, en una galería que en apariencia tenía poco renombre. Pero el día de la inauguración no había menos de 200 personas. Usted dirá: "Bueno, sólo 200". Podrían ser más o menos, pero estaban. Igualmente vistas fueron las muestras de Perán Erminy, Enrique Sardá en el Museo de Arte Contemporáneo y el rescate de la obra de Peter Maxim en el Trasnocho Cultural. Quiero decir que en todos los sectores institucionales hay exposiciones relativamente inéditas, porque las grandes figuras ya las conocemos y a esas muestras va todo el mundo. Creo que el arte se está promoviendo y el país está en movimiento, tiene el motor encendido aunque hay alguien que le tiene el freno pisado.
—¿Cómo vivió la reestructuración de la Galería de Arte Nacional?
—Llegué a la Galería de Arte Nacional como subdirector, a principios de los ochenta, cuando diseñé la gran retrospectiva que se llamó Indagación de la imagen. Estaba Manuel Espinoza en la dirección y la institución aún no estaba constituida como fundación. Convertir a los museos en fundaciones fue obra del maestro José Antonio Abreu. Fue un acierto porque dotó a las instituciones de presupuesto, programas y especialistas propios. Posteriormente ocupé la presidencia de la Fundación Museo Arturo Michelena, en la que estuve 13 años. En 2003 regresé a la GAN y solicité mi jubilación 3 años más tarde. Llegué como presidente y, con la eliminación de las fundaciones, me nombraron director. Es como decir que era general en jefe y pasaba a ser general de brigada o coronel. Pero estábamos aquí y promovimos hasta donde pudimos la terminación del edificio actual. Ése es un mérito que yo le confiero a Francisco Sesto. Fue su empeño y su decisión que eso se hiciera, independientemente de cualquier reserva o crítica que tengamos con respecto a si estaba listo o no para ser inaugurado. Lo importante es que se logró. Las reparaciones, las mejoras, el enriquecimiento del espacio será un proceso de años, pero la GAN ya tiene un local, así no sea el más indicado. Estoy acostumbrado a la concepción del museo horizontal que permite el recorrido o al espiral como el Guggenheim de Nueva York, pues no es práctico que tengas que estar subiendo y bajando escaleras. Claro, esos son criterios personales. Pero el edificio se logró. Ahora que está Juan Calzadilla en la dirección desde hace unos meses hay un proceso de revitalización, una visión de mayor apertura, de mayor interés por las individuales, por rescatar elementos, por mostrar la colección, hacer conferencias, captar y seducir al público. Venezuela no tiene grandes museos, la GAN es el Louvre que no tenemos.
—¿No es el Museo de Arte Contemporáneo?
—Ése es un gran museo, que es producto del esfuerzo de una persona como Sofía Imber, a quien no se le puede negar el mérito de haber creado una institución tan importante para el arte contemporáneo. Esa gran colección de Picasso, de arte europeo y latinoamericano fue un esfuerzo sistemático de años, pero no tenemos un Louvre. Segun mi hulmide opinión no lo necesitamos, en cambio los que nos hace falta por montones es amor por nuestro Patrimonio.
—A veces hay salas del Bellas Artes y del Contemporáneo vacías.
—Pero los depósitos están llenos. Creo que esa respuesta corresponde a los directores de los museos. Si mueves la sala, mueves el público.
Visión
Ciudad fragmentada
A juicio de Francisco Da Antonio, un problema que toca de cerca a los museos es la fragmentación de la ciudad. "El nuevo edificio de la GAN presenta dificultades de acceso, está atravesado por dos avenidas de alta circulación; al mismo Museo de Bellas Artes, construido por Carlos Raúl Villanueva, le afectó mucho el diseño de la avenida, que corta el acceso directo. La gente o se estaciona lejos o no se atreve a venir. No nos llamemos a engaño, las personas tienen temor de salir a la calle a cualquier hora. Eso también ha contribuido un poco al aislamiento de nuestros museos, pero es transitorio. No hay mal que dure cien años. No me refiero a una cuestión política sino a que hay que cambiar la vida de la ciudad, que está fragmentada. También está la necesidad de un mejor transporte público. Otra tarea pendiente es renovar las colecciones, tenerlas a la vista y actuar con sentido pedagógico, periodizando las etapas del arte de manera clara, en exposiciones temporales o permanentes.