Por: ROBERTO RODRÍGUEZ M. | Fuente: EL UNIVERSAL
lunes 4 de abril de 2011 12:00 AM
Entrevista // Tulio Hernández, sociólogo
Hace escasamente una semana culminó la séptima edición de la Feria Internacional del Libro de Venezuela. El día internacional del teatro transcurrió el pasado 27 de marzo como cualquier otra jornada ordinaria. A la par, el sector cultural vive la incertidumbre por saber quién ocupará el puesto que se anunció dejaría Farruco Sesto. Con promesas de nuevos museos por abrir y un redimensionamiento de La Villa de Cine, por ejemplo, no resulta menos que confuso el panorama en el sector cultural nacional.
-¿ Cuáles cree que son las políticas culturales del gobierno actual?
-En el sentido profesional de la experiencia de planificación que se usa hoy en América Latina y Europa, Venezuela carece de políticas culturales de Estado. No hay un plan de cultural de largo plazo como el que se está haciendo en otros países. Hay una política cultural de facto, de hecho, pero no es una política cultural que lleva el Ministerio de Cultura en particular.
-¿Esa carencia no sería en sí misma una política?
-Efectivamente lo es.
-¿Cuál es la política cultural del Estado en general?
-El tema fundamental es tratar de crear una nueva interpretación de la historia y la cultura venezolana. Todo se centra en la idea de una especie de pureza perdida que estaría encarnada por los héroes militares que hicieron la Independencia. Ese momento de esplendor del país entró en una degradación profunda con la integración de los civiles que llevaron a cabo los 40 años de la democracia. Es por eso que en este momento hay que terminar el trabajo de los pioneros. Eso es lo encarna el nuevo proyecto y el nuevo líder militar, que es Hugo Chávez.
-¿Cómo se materializa este rescate de los ideales patriotas independentistas?
-Ese el esfuerzo mayor que se expresa en cuatro cosas. El intento de renombrarlo todo: los ministerios, los parques, las plazas y hasta las fechas patrias. El esfuerzo por dotarse de una nueva simbología nacional. La creación de un Centro de Historia que fija y determina cómo se debe interpretar la historia de Venezuela; y finalmente, la concentración de los archivos que estaban dispersos en varias instituciones.
-¿Es posible articular esta política central con cambios ministeriales tan frecuentes?
-Sí, porque el fondo se expresa en una política y en una ética que concentra en un tipo de venezolano heroico. Es un trabajo evidentemente proselitista y retórico, independientemente de lo que pase en el día a día en el aparato institucional.
-¿Cuál cree que ha sido el rol de los intelectuales venezolanos ante este panorama?
-Hay varios tipos de intelectuales venezolanos en estos años. Hay un grupo que apoya abiertamente el proyecto militarista y centralista y que aunque hicieron en otras épocas votos de ser demócratas, obviamente ahora respaldan un modelo autoritario del que forman parte.
-¿Ha rendido frutos este empeño en consolidar la cultura revolucionaria?
-Todas las revoluciones que se han hecho en el mundo occidental han sido sobre todo artísticas y estéticas. La cubana, por ejemplo, lo fue grandiosamente, apareció un nuevo cine, un nuevo lenguaje plástico e instituciones como Casa de América. Aquí no hay nada. No hay una manera de escribir chavista o bolivariana. No hay una estética o una ruptura. Chalbaud no hace un cine distinto porque sea chavista ahora así como Luis Brito no escribe de manera diferente. No hay proceso estético colectivo.
-¿Qué balance hace entonces tras doce años de la gestión actual?
-Hemos retrocedido con la centralización de la cultura. El proceso de democratización se convirtió en algo sectario y la profesionalización de los gestores del área cultural se ha convertido en un aparato de proselitismo político.
-¿Encuentra algo rescatable de esta gestión de gobierno?
-Trato de ser justo, pero realmente me cuesta. Yo creo que la infraestructura que se ha construido, a pesar de los defectos y malversación de fondos, está muy bien. La idea de La Villa del Cine es buena, hay que reconocerlo, aunque deba ser gerenciada por profesionales del cine, porque de lo contrario es usar un F-16 como un helicóptero... En los últimos dos o tres años se dio un viraje a la política cinematográfica que se ha manifestado en coproducciones buenas, no como El Caracazo de Chalbaud o La clase. Las últimas producciones hablan del resurgimiento de un cine de calidad, que no es crítico, pero es de alta calidad.
-¿Y el Sistema de Orquestas?
-Al no desmantelarlo, una de las mayores cosas que ha hecho el Gobierno ha sido respetar la gran obra de la democracia: el Sistema de Orquestas. Sobre todo si se sabe que la idea era destrozar todo lo bueno que había hecho la democracia para que el pueblo lo olvidara.
-De cara a las necesidades reales del país ¿Cómo deben concebirse las políticas culturales para Venezuela?
-Primero hay que volver a lo elemental. Hay que articular un proyecto en el cual la mayor responsabilidad cultural esté en manos de las alcaldías y consejos municipales, si no, siempre será centralista. Segundo, hay que emprender proyectos regionales desde las gobernaciones para rescatar los elementos culturales locales. También hay que poner en marcha planes de sensibilización a la lectura y las artes, recuperar los programas de formación musical popular y tradicional y asumir un programa de conservación del patrimonio, que está bien inventariado
-¿Es viable que la "no política" cultural del gobierno llegue a funcionar?
-Una parte de la población sí, y sobre todo los menores, que pueden llegar a creer la historia de que los militares son los héroes y los civiles los malvados. A la larga todo dependerá de quien triunfa. Si el modelo militarista se impone y mete a un miliciano en cada escuela, esto puede tener éxito. Si la oposición logra imponer un modelo pluralista y amplio, esto se va a caer por sí solo y va a quedar como un mal recuerdo, una fea farsa, un triste intento de manipulación de la historia.
-¿Y mientras tanto?
-Si la sociedad venezolana resiste, habrá un país con dos visiones, los que creen que Rómulo Betancourt era peor que Pinochet y lo que saben que es el padre de la democracia.
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