La primera decisión de Chris Dercon (Liers, Bélgica, 1958) como director de la Tate Modern, puesto en el que sucedió al valenciano Vicente Todolí hace cinco semanas, fue orquestar el ya legendario caos de papeles y libros en el que suele convertir los despachos de las instituciones en las que ha trabajado: desde el MoMA PS1 de Queens, Nueva York, donde echó los dientes en los 80 como gestor cultural tras una breve aventura como corresponsal de la televisión pública belga; en Rótterdam (dirigió el centro Witte DeWith y el Boijmans Van Beuningen); o el Haus der Kunst, de Múnich,escenario de su consolidación como uno de los más interesantes directores de museo y pensadores del arte contemporáneo a base de una inteligente mezcla de taquillazos artísticos y arriesgadas apuestas.
Pasó fugazmente por Madrid para apoyar la inauguración en el Reina Sofía de la estupenda exposición (que luego viajará a la Tate, el Pompidou y el Whitney) de la artista japonesa Yayoi Kusama, revolucionaria del arte conceptual en los 60 que vive a sus 84 años y desde hace tres décadas recluida voluntariamente en un manicomio de Tokio. Por la noche, ofreció una conferencia sobre el archivo en Barcelona. Entretanto, habló en las oficinas del museo madrileño con una agradable mezcla de entusiasmo y erudición del papel de los museos en el siglo XXI, de Damien Hirst o de cómo piensa hacerse con Londres y con uno de los cargos más ambicionados y expuestos del mundo del arte.
Pregunta. ¿Son los museos algo más que un agradable anacronismo del siglo XVIII?
Respuesta. No. El museo como un lugar para la excepción se hace cada día más importante. Y creo que es porque plantean y responden preguntas que van más allá del arte. Tratan asuntos como la ecología, la política, la lucha de sexos... El público creo que se siente ya más representado por ellos que por el Real Madrid, el Barcelona o la clase política...
P. No sé si diría lo mismo de haber vivido en España en el último mes...
R. Estoy seguro de que sí. Buscan otra clase de representación, de soberanía y de mediación. La gente necesita crearse sus propias ideas más que nunca. La prueba está en las redes sociales. Es asombrosa la cantidad de información que nos llega al museo por esos medios. Hay que escuchar a la gente cuando diriges un museo con seis millones de visitas al año.
P. ¿Cómo satisfará a la masa?
R. Hay que buscar su satisfacción sin obsesionarse. Un museo es algo muy democrático. Son, de hecho, más democráticos que los medios de comunicación. Y pueden hablar del pasado. ¿Se imagina que EL PAÍS solo hablase un día del pasado?
P. No subestime la fascinación española por la memoria...
R. Pues sería tremendamente aburrido, tanto como si su diario solo hablase del futuro. Los museos se han convertido en medios de comunicación de masas con una tremenda libertad y solo estamos empezando a darnos cuenta. Los museos son ahora mismo ágoras, como universidades que plantean preguntas...
P. ¿Y esas preguntas aparentemente incisivas no acaban trivializadas e inofensivas?
R. No creo. La Tate ya es un ágora, pero yo trabajaré para que lo sea más aun. Contamos con la ventaja de que no hemos sucumbido a la fiebre de las franquicias. No iremos al desierto, en Abu Dhabi, ni a Bilbao...
P. ¿Es esa una práctica intrínsecamente mala?
R. No es la nuestra. Nosotros ya estamos implantados en muchas partes sin necesidad de ir allí gracias a la potencia de la conexión en red de nuestros días.
P. ¿Echa de menos sus días de periodista?
R. En mi nuevo puesto me siento un poco director de periódico. Muchos de los miembros de mi equipo provienen de ese campo. La industria del entretenimiento y de la información se parece cada vez más a los museos. Todos perseguimos contentar a la generalidad al tiempo que a los nichos. Si un periódico como el de usted no puede contentar a los nichos, desaparecerá. Y lo mismo sucede con nosotros. Hay que hacer a Gauguin y a Miró, pero también conferencias o proyecciones de películas.
P. ¿Hasta qué puntó se puede culpar a la Tate de la sociedad del espectáculo en que se ha convertido la cultura hoy?
R. Hemos prestado atención a los grandes nombres, pero siempre lo hemos hecho con un nuevo enfoque. Y algunas instalaciones de la Sala de Turbinas, como las de Carsten Höller
[su pieza consistía en un grupo de toboganes] u Olafur Elliason
[instaló un enorme sol artificial], se convirtieron en sensaciones populares a pesar de la complejidad del trabajo. El público busca cosas nuevas y aun no sabemos cuáles.
P. Es obvio que el director de la Tate debe programar pensando en las cifras...
R. Sí, pero siempre nos llevamos sorpresas.
P. Es curioso que use la primera persona del plural conjugada en pasado... ¿Asume los triunfos y fracasos de Todolí?
R. Mi padre era urbanista. Siempre hablaba de "nosotros". No creo en el director como un autor. Un monstruo como la Tate no puede ser una empresa de un solo hombre.
P. ¿Se diría continuista de la labor de Todolí?
R. La continuidad se basa en lo discontinuo. Un museo nunca está terminado del todo. Es un trabajo en perpetuo progreso.
P. Pareciera que el arte contemporáneo se estuviese convirtiendo en lugar de confluencia de todas las disciplinas. Al menos en la parte en la que no se reducen al mero entretenimiento.
R. Ese es el tema central ahora mismo: el arte se está comportando como una enorme esponja. Pero ¿sabe? Aun no he encontrado una respuesta a por qué. Creo que los museos pueden acabar como el cine, el arte que recogía todas las artes.
P. Usted financió desde su puesto en Múnich la película de Apichatpong Weerasethakul que ganó el año pasado en Cannes...
R. Muchos lo criticaron. ¡Qué pinta un museo metido a productor! Luego ganó la Palma de Oro y lo celebraron mucho... Hay que arriesgarse en la vida.
P. No parece precisamente arriesgado programar durante la celebración de los Juegos Olímpicos de 2012 a Damien Hirst y lo que representó su arte. ¿Es esa la imagen del arte británico que Londres desea dar al mundo?
R. Si sabemos contar un relato distinto, será una buena idea. La de Hirst es la historia de una década de desparrame de Londres, del nuevo laborismo y de la locura del arte contemporáneo.
P. ¿Tiene alguna noticia del paradero del disidente chino Ai Weiwei, que ocupa ahora la Sala de Turbinas y fue detenido de forma por el Gobierno chino?
R. Ninguna. Estoy muy preocupado por su salud. Es otra demostración de que China no tiene leyes, sino reglas.
Fuente: El País.com
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