fuente: abcdelasemana
por: Macky Arenas
Alguien dijo de Jacobo Borges que es “el ser más moderno que existe”. Una especie de hombre del Renacimiento, traducido en criollo. Más que venezolano, caraqueño a rabiar. Conversador apasionado por dos temas que lo seducen: el arte y la gente. Su obsesión por comunicar a través de su trabajo lo empuja a innovar hasta hacerse irrepetible, aún para él mismo. Uno no se lo imagina sin la calidez en que vive envuelto por la compañía de Diana. Quisiera tener una varita mágica para cambiar el mundo y convertir al poder en animador de progreso. Lo que sí tiene es una paleta que hace magia a la hora de juntar colores y repartir emociones. Sabe de todo y un rato con él es como ganarse una “cajita feliz” repleta de buenas vibraciones.
- Sabemos que ud es pintor, cineasta, dibujante ¿que más?
- He hecho mucho teatro y ahora, con gran orgullo, soy el asistente de dirección de mi hija, Ximena. Es cultísima, canta ópera. Ahora está en Austria. Hay gente que cree que va a llegar muy lejos. Yo trabajo con ella. Tiene la idea de desarrollar los recitales pero de una manera novedosa. Soy parte de eso. Diana, mi esposa, que es diseñadora gráfica, se encarga de los trajes y otras cosas. Mi responsabilidad es montarle el espectáculo, pero siempre bajo la dirección de Ximena. Con el hijo de Isabel Palacios, quien es músico, se proponen hacer en Venezuela algo parecido a los Café Concerts…en eso andan.
- Lleva mucho tiempo viajando, pasa largas temporadas fuera de Venezuela, ¿se siente desarraigado por eso?
- No, para nada. Yo salí a los 20 años, pero regresé. Siempre regreso. Mis raíces aquí son muy profundas. Una de las cosas que aporta raíz es vivir en una casa. Viví en una casita y recuerdo cuando, siendo apenas un niño, pasaban las carrozas fúnebres. Era la época en que tener un par de zapatos equivalía a ser rico, pero yo me sentía importantísimo porque en mis calles circulaban constantemente esos automóviles tan elegantes. Tomaba leche de vaca, pues al lado había una vaquera. La Catia de aquellos tiempos no tiene nada que ver con la de hoy. ¡Yo llegué a ver la Laguna de Catia! Así que a pesar de la pobreza, tengo muy gratos recuerdos. Ellos son mi raíz.
- Seguramente tuvo también buenos amigos…
- ¡Claro! Nos reuníamos en la Plaza Pérez Bonalde José Ignacio Cabrujas, Oswaldo Trejo, Emilio Santana -el periodista-, Cedeño, de quien no recuerdo su nombre porque lo llamábamos “Falsete”. Era cantante de ópera y daba unos “do” de pecho impresionantes. Nos veníamos al Country Club de madrugada, él comenzaba a cantar y el gentío a despertarse. Fúricos, los insomnes nos insultaban. Entonces se oía el vozarrón de Cabrujas diciéndonos: “¡Qué incultos son!” Era divertido, cosas de muchachos.
- Los centros culturales venezolanos han sido tomados por el gobierno, lo que compromete el destino de las artes plásticas en el país. ¿Funciona eso de enfrentar la cultura popular a la cultura de elites?
- El gobierno tiene opinión de lo que debe o no debe hacerse en el arte. Eso es muy diferente a patrocinar, apoyar o estimular. Ello puede ser negativo y hasta producir crisis, pero no olvidemos que las grandes obras han aparecido en los peores momentos de la historia de la humanidad. Tampoco debe apuntalarse demasiado al arte pues genera mucha mediocridad. La cultura no debe surgir porque esté apoyada. Y si está viva debe ser respaldada por la gente, por los lectores, por el público teatral. Pienso, por ejemplo, en El Ateneo, les cerraron el lugar, consiguieron otra cosa y allí están, vivos. No hay manera de matar a la cultura. La cultura que se muere, ya estaba muerta antes.
- Claro, porque una cosa es apoyarla y otra pretender secuestrarla, meterla por un callejón, pintarla de un color…
- Eso no ha funcionado en ninguna parte. Fíjate en la novela venezolana actual. Uno de los momentos más extraordinarios de la novelística venezolana está hecho fuera de todo eso. Ahora hay más y mejores novelas que nunca.
- Sin embargo, si Shakira mueve las caderas o un basketbolista encesta, eso es un acontecimiento; mientras que un destacado artista plástico, que antes era una vedette, seguido por miles y buscado por los medios, hoy parece olvidado. Hasta la cultura es en nuestros días una columna en las secciones de arte y espectáculos, ya no ocupa un primer plano. ¿Qué dice a eso?
- En el año 1952 yo vivía en Paris y recuerdo que la gente compraba los periódicos de arte por los interesantes debates que contenían. Hoy no los hay. Se han reducido al mínimo. Paris tiene grandes museos y muy cerca está el complejo de Walt Disney. En el mismo Nueva York, cuando en los años 50 se inauguraba una obra de teatro era un acontecimiento, ahora son los musicales. El teatro ya es casi marginal. Las obras que tienen una cierta profundidad están fuera y cuando llegan lo hacen de manera indirecta. Toda la inspiración de Lady Gaga está en el arte contemporáneo. Su traje de carne que tanto escándalo produjo recientemente lo hizo aquí Tabla Redonda, La Necrofilia, hace treinta o cuarenta años.
- ¿Entonces todo esto de la banalización es un asunto cíclico?
- Puede ser visto así. El “dadaísmo” se produjo en un café, no en un gran centro. Allí iban 100 o 200 personas. A Lady Gaga –que a lo mejor se llama así por “dada”- la ven 50 millones de personas. ¿Cuántos se han leído Don Quijote o La Ilíada? Hay gente que conoce a Botero pero no conoce a Polo. ¿Cuánta gente lee a Onetti, cuántas son las ediciones de su obra? No es que nos guste, es que es así. Si lo que tiene posibilidades de salir está controlado, es un agregado nefasto. Pero en Estados Unidos no lo está y a pesar de ello sólo de vez en cuando surge algo sobresaliente.
- ¿Será que simplemente hay productos más comerciales que otros?
- El cine lo es totalmente. Tú no inviertes cien millones de dólares para perderlos. Apocalipsis Now tenía otro final, pero Georges Luckas tuvo que cambiarlo porque de lo contrario la película se le iba al zipote. En Hollywood hay gente que se especializa en “finales” y hay directores allá que no tienen derecho al final-cut. En el contrato está. Aún la ficción puede ser un fiasco.
- ¿Qué es el éxito, entonces?
- Puede ser el que una obra pierda su densidad. Chaplin fue un fenómeno, aplaudido por todos. Una cosa rara.
- En su caso, al principio, en los años 60, rompió con el cinetismo pero persistió en todo aquello del “Performace”, la” Imagen de Caracas”, novedades multimedia como una manera de incorporar a la gente a la obra…
- Siempre ha sido mi empeño. En aquél tiempo lo conseguí, pero al precio de ir preso. Tuve muchas críticas negativas, no obstante hoy esa obra es un referente. La expuse en la Bienal de Sao Paulo. Aún la gente que trabajaba conmigo no la comprendía. Creían que estaba haciendo cine. Yo quería una obra total, que rompiera con la idea del público al margen del asunto. Era como un ritual, como el origen del teatro, que fue ritualista. Hay un teatro vivo, de calle, atemporal y ese era el que yo quería, donde se confundieran los roles de actor y espectador.
“Siempre he tenido un corazoncito político”
- Pero, ¿por qué fue preso?
- El impacto hace 50 años fue brutal. Representamos una ciudad y pretendíamos mostrar que todos somos responsables por lo que habíamos hecho de ella. Duró sólo un mes. Un buen día se presentó el Presidente Leoni. Entró con su comitiva e invitados por un espacio bajo, como todo el mundo. Era una época de guerrillas, de miedo, de tiros, bombas y eso también se reflejaba en la obra. Cuando comenzó la acción hasta el Presidente terminó en el suelo. Igual su escolta civil y la Casa Militar. Sólo habían pisado globos que simulaban explosiones, pero fue el caos. Creyeron que ocurría un golpe de Estado. Era una gala de inauguración, así que había embajadores con sus esposas en trajes largos. Todos corrían y gritaban.
- Un Orson Welles criollo, pues…
_ El ruido era infernal pues las estructuras estaban hechas de metal. Todo muy enredado, había cubos que se interconectaban, subían y bajaban por calles donde incluso circulaban motos. Sumamente real, una vaina caótica como es Caracas. Cuando lograron salir del túnel nadie entendía lo que pasaba, pero por un instante vieron la Caracas de todo el mundo. Terminé preso. Ordenaron cerrar eso.
_ Siempre ha tenido su corazoncito político. Tal vez no todos recuerden que Jacobo Borges figuró entre los fundadores del MAS…
- Fue por mi vocación social, por mi angustia de construir una sociedad más justa, más inclusiva. Nosotros los venezolanos somos responsables de la situación a la que estamos llegando. No es que todos lo seamos en igual medida, pero hay que asumir la parte que nos toca y aprender la lección. Es incomprensible que veamos con displicencia lo que ocurre en Venezuela. Por alguna razón yo ascendí rápidamente y quería hacer algo por mi gente a partir de lo que sabía, así que recorrí este país pintando murales. Nos hemos olvidado de la gente, de los que pasan trabajo. La política fue un recurso en ese momento para lo que yo creía necesitábamos: un sistema que se pareciera a nosotros. Pero Maquiavelo me hizo ver la realidad: tampoco quería el poder por el poder. Así que comencé a pensar, junto a Diana, en otras alternativas de trabajo social.
- ¿Y cristalizaron algo?
- Tomamos la decisión de invertir toda la economía que habíamos levantado en 10 años en un proyecto por la comunidad. Lo queríamos pequeño, manejable. Y allí comenzó la experiencia de San Diego de Los Altos. Allá vivimos por años y fundamos un centro de aprendizaje que llamamos “Casarte”. La idea no era producir artistas, sino enseñar a la gente oficios, a montar pequeñas empresas o desarrollar las iniciativas que ya estuvieran en marcha, desde bodegas hasta posadas, elaborar artesanía, en fin, algo para que el pueblo movilizara su potencial turístico y se beneficiaran del producto de su trabajo. Acariciábamos la posibilidad de tener hasta una escuela y un liceo que ellos mismos pudieran gerenciar. No obstante, hay mucho trecho entre la ilusión y la realidad. No fracasamos pero cometimos un error: la gente no se involucró lo debido. Nosotros manteníamos aquello. Es un error creer que el “hombre nuevo” nace sin dinero. El dinero te da soporte y también duele si lo gastas, lo que hace apreciar el esfuerzo. El dinero como el lenguaje es simbólico, lo que no significa que puedas vivir sin ellos. Hoy el proyecto continúa, pero sin nosotros.
“No puedo vivir sin Caracas”
- ¿En qué anda hoy el artista?
- Soy un hombre de búsquedas, de nuevos planteos, un fanático de todo lo que avance. No puedo imaginarme repitiéndome al infinito. Ahora trabajo en técnicas de tercera generación. Así tenga que viajar mucho al exterior, siempre estoy aquí con mi obra. Este mes comienzo una exposición en la Galería Freites de Las Mercedes. Es que yo soy un caraqueño empedernido. No puedo vivir sin Caracas, sin El Ávila, sin su gente. Haga lo que haga y vaya a donde vaya, esto es lo mío. Adoro a Caracas.
- ¿Así como está, malquerida y maltratada?
- Una vez escuché por horas a Alfredo Maneiro enumerar revoluciones que no valieron una gota de la sangre por ellas derramada. El mundo necesita transformaciones, todos los movimientos a favor de la democracia están gritando que se quiere una nueva forma de ejercicio del poder. Los ciudadanos crearon al Estado para que los protegiera pero resulta que se ha convertido en opresor. Sobre todo los jóvenes, que son el futuro, aspiran a que algo cambie, a que el control ceda espacio a la tolerancia y la participación.
- ¿Qué quiere Jacobo Borges para el país?
- Aspiro a relaciones basadas en el respeto. Rechazo los insultos. No creo que el actual estado de cosas conduzca a Venezuela a un tiempo mejor. Toda sociedad montada sobre el enfrentamiento y la violencia lleva a la insensibilidad. Aquí suceden cosas verdaderamente dramáticas y estamos como anestesiados. La gente penando, metida en refugios, en cárceles inhumanas, nada de eso conmueve. Es insoportable.
- ¿Por qué estamos tan entrampados?
- ¡Porque todo el problema es el poder! Sólo importa quién manda, quién dirige, quién tiene la sartén por el mango. Me van a considerar incómodo de un lado y del otro porque todos andan en eso. El problema no es el poder, sino cómo se ejerce y para qué. El problema es cómo hacer las cosas para que todos nos sintamos mejor.
- Bolívar lo dijo antes: el mejor gobierno es el que produce mayor suma de felicidad a la gente…
- ¡Claro! Ese el punto, la felicidad de la gente. Pero eso parece no contar. Nosotros no hemos tenido nunca, ni antes ni ahora, una verdadera conciencia de nación. Si en algo nos importara, hace rato que viviríamos muy bien con los cuantiosos recursos de que ha dispuesto Venezuela. Países ínfimos en territorio de la nada han hecho progresos notables, pero han dedicado esfuerzo y dinero a la Educación. Mucho se habla del “imperialismo”, pero pretendemos derrotarlo con atraso. ¿Cómo han hecho los chinos para ganarle terreno a Estados Unidos? Trabajando, capacitando a su gente, compitiendo con habilidad. Buena parte de la contabilidad de los bancos norteamericanos se hace en la India. Mientras tanto, nosotros nos dedicamos a forcejear por mantener el poder. La felicidad sigue esperando. El juego suma cero.-
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