Por: Federico Vegas
Hay un proverbio que dice: “Cuando veas algo bueno, imítalo, esfuérzate en hacerlo igual de bien. Cuando veas algo malo, revísate”. Uno desearía hablar sólo de lo que le gusta. Cuando hablamos de lo que no nos gusta, o nos revuelve, vamos a conectamos con nuestras zonas oscuras, donde no sabemos lo que vamos a encontrar. El museo de arquitectura diseñado por el profesor Juan Pedro Posani nos obliga, sin duda, a una profunda y dolorosa revisión.
Lo primero que se supo de este museo, el MUSARQ, es que iba a funcionar en la antigua GAN, una idea genial. Es difícil imaginar una condición más noble para las manifestaciones de nuestra arquitectura que el estar cobijadas por una creación de Carlos Raúl Villanueva
Si uno revisa los ejemplos de museos de arquitectura en Latinoamérica, encuentra que se suelen dar en remodelaciones de edificios ya existentes. Un caso notable es el MARQ, manejado por la Sociedad de Arquitectos de Buenos Aires; su sede se encuentra en una vieja torre de agua del complejo ferroviario del Retiro
Es tan lógico que un museo de arquitectura comience rescatando una pieza urbana abandonada, o desaprovechada, y así nazca reconociendo, celebrando, que el gran museo es la ciudad, su herencia, su historia física y espiritual.
Pero no logramos tanta sensatez con el MUSARQ. Había que hacerle sede aparte y dedicarle unos 5.000 M2. La siguiente decisión sería: ¿Dónde colocar en Caracas un museo de arquitectura? Vamos a analizar el lote escogido.
A lo largo de las 20 cuadras que se demolieron entre el parque el Calvario y el parque Los Caobos, para dar paso a lo que se llamó Plan Rotival, luego Avenida Bolívar y hoy Parque Vargas, existía una sola plaza justo frente al Nuevo Circo, diseñado en 1919 por los arquitectos Alejandro Chataing y Luis Muñoz Tébar.
A partir del plano de Ricardo Razetti de 1919, la plaza aparece en todos los planos de la ciudad. La vemos de una manera legible y estimulante en el dibujado en 1936 por Ramón Sosa, y con su diseño definitivo en el de 1946.
En el plano de 1938, llamado “Distribución de calles, avenidas y carreteras”, donde se plantea la propuesta de Rotival para la futura gran avenida que derribará las 20 cuadras, vemos que se mantiene la plaza. Esta idea se evidencia con mayor claridad en una perspectiva de la “Avenida principal” del “Proyecto del plan monumental de Caracas” de 1939, donde observamos cómo se respeta la plaza frente al Nuevo Circo en la secuencia de edificios que bordean los dos lados de la avenida de este a oeste.
Además de su vigencia y presencia en los planos de Caracas, existen fotografías de la plaza original con el clásico trazado de las plazas caraqueñas.
Medio siglo más tarde, en el proyecto para el Parque Vargas de Gómez de Llarena, también se mantiene un frente verde como parte de un continuo a lo largo de las amplias aceras y áreas verdes. Podemos ver en esta foto la vista libre hacia el Nuevo Circo. Este episodio en el recorrido es un deleite, con los chaguaramos enmarcando ese hermoso diálogo entre dos épocas.
Como vemos a lo largo de estos planos y fotografías se trata de uno de los tesoros de nuestra ciudad. Pues resulta que el lugar seleccionado para colocar un museo de Arquitectura es justo donde estaba esta plaza.
Una relectura del texto de Aldo Rossi, La Arquitectura de la ciudad, nos lleva a conceptos conmovedores sobre la ciudad como un receptáculo y repositorio de la memoria del hombre, de su gesta diversa y colectiva. Los conceptos de Rossi sobre la relación entre los elementos históricos y la arquitectura, entre las tipologías constructivas y la morfología de la ciudad, nos indican que, ante la clara y evidente historia urbana, cultural y social de esa zona de la avenida Bolívar, y de la totalidad del eje, se ha cometido una violación absolutamente innecesaria. Algo peor que una mala acción, una estupidez.
¿Qué piensa Posani de todo esto? ¿Cómo justifica violar lo propuesto por la historia de nuestra ciudad? Veamos el texto que aparece en musarg.blogspot [1], el cual presumo lo escribió el propio proyectista o alguien que defiende el proyecto:
No nos preocupaba la relación con la pequeña escenografía arquitectónica del Nuevo Circo. Ubicado en la cuadra posterior al sur, su altura reducida y la escala menuda de sus elementos decorativos reducen su empaque monumental a las dimensiones de la placita triangular que lo precede diagonalmente. El contraste con el volumen y el acabado metálico del Museo de Arquitectura refuerza poderosamente el carácter casi de adorno urbano y la memoria de la pequeña escala de una Caracas desaparecida.
Aparte de una insólita vanidad y soberbia al plantear la superioridad del nuevo edificio metálico con respecto al Nuevo Circo, aquí no se toca el tema de la plaza rectangular que estaba al frente, las evidencias de su existencia y razón de ser, y el hecho de que haya sido respetada a través de tantas propuestas. ¿Cómo no aprovechar en una ciudad necesitada de verde, de plazas, y en un parque destinado a cubrir esta deficiencia, la maravillosa lección que nos entrega la historia? En el “Plano de Caracas y sus alrededores” realizado por Eduardo Rohl en 1934, podemos observar la importancia que tenía este conjunto de plaza y Nuevo Circo en la relación de llenos y vacíos del casco central, una relación donde ciertamente han ido predominando los llenos.
Otra pregunta: ¿Cuál es esa Caracas de pequeña escala? La plaza Bolívar también pertenece a la memoria de una Caracas de pequeña escala, así como la Casa Amarilla, el Capitolio, el Consejo Municipal, el museo Arturo Michelena en La Pastora. Si se aplicara ese concepto de “reforzar poderosamente el carácter casi de adorno urbano y la memoria de la pequeña escala de una Caracas desaparecida”, me temo que quedaría muy mal parada nuestra historia caraqueña.
Y, ¿cuál es esa Caracas desaparecida? ¿Desaparecida para quién? Yo no soy taurino –tampoco estoy entre quienes se definen diciendo “Yo no voy a los toros”– ni boxístico, pero nunca podré olvidar el primer concierto de Fania en junio de 1974, ni dejar de anhelar que vuelva a darse algo igual de maravilloso en ese Gran Salón, mucho más poético que el Poliedro.
Aún resuena en Caracas un evento celebrado en el Nuevo Circo en 1948, la llamada “Fiesta de la Tradición”, dirigida por Juan Liscano y Abel Vallmitjana, en la cual se presentaron, juntas por primera vez, manifestaciones folklóricas de todo el país.
Cuando se hace referencia a la “pequeña escenografía arquitectónica” del Nuevo Circo, a “su altura reducida”, a “la escala menuda de sus elementos decorativos”, se están cometiendo varios errores. El primero es despreciar una arquitectura que quizás sea más digna y de escala (que no equivale a tamaño) más adecuada e invitante que el nuevo edificio metálico.
Pero lo más grave es considerar al Nuevo Circo sólo como un objeto. Ese lugar, para usar un término que engloba a la edificación y sus circunstancias, tiene una dinámica, un potencial, un flujo, una capacidad de congregar, una historia. La “Fiesta de la Tradición”, por ejemplo, puede volver a convocarse una y otra vez todos los años, junto a cientos de otras posibilidades que ofrece esta ágora. Esa vitalidad es la principal razón de ser de la plaza que tuvo al frente por tantas décadas.
De manera que la sola escogencia de esa plaza para edificar un mueso de arquitectura ya es una herida profunda y un acto profundamente mezquino contra la idea de la ciudad como nuestro museo colectivo, donde las historias grandes y pequeñas concurren en el tiempo. Fundar un museo hablando despectivamente “de la memoria de la pequeña escala de una Caracas desaparecida” es actuar como un inquisidor desde el momento que se coloca la primera piedra.
Pero, ¿qué podemos decir del edificio actualmente en construcción? Revisemos el texto del blog:
El museo no se parece a un galpón… es un galpón. No tiene porque ser más que un espacio decente, honesto, flexible y útil, sin esos gastos de representación que en un país como el nuestro siempre huelen a nuevorriquismo. El edificio no será el gran protagonista, según el modelo que nos echan en cara los países industrializados. El protagonismo lo tendrán las exposiciones y sus contenidos. Es esta una opción escogida con toda premeditación: es una tesis que defiende el MUSARQ como la opción que corresponde y simpatiza con nuestra historia, nuestra idiosincrasia y nuestras condiciones geográficas y ambientales.
Me temo que por motivos inesperados, tales como la estridencia, el galpón va a ser el gran protagonista. Pero ahora me interesa preguntarme: ¿Cómo es nuestra idiosincrasia? ¿Cómo podemos ser simpáticos con nuestra historia? Según el texto, está condición se da gracias a la franqueza y la honestidad de reconocer las limitaciones históricas: las imperfecciones, la brutalidad áspera e incierta de los acabados, las evidencias de las fases constructivas, de sus secretos estructurales. Franqueza didáctica y en cierto modo también austeridad política. Y se agrega, contradiciendo la idea de que es un galpón nada protagónico: El edificio en su simplicidad sin disfraces podría ser un manifiesto; luego se explica qué se manifiesta: El edificio no compite con nadie. Es como somos. Eso sí, pretende ser auténtico, no se disfraza de primer mundo.
Esta ecuación es muy peligrosa. Ser auténtico no elimina la posibilidad de hacer una arquitectura del “primer mundo”; así como estudiar e incorporar lo que hacen en el llamado “primer mundo”, arquitectos como Rafael Moneo, Geoffrey Bawa, Alvaro Siza o Peter Zumthor, no implica disfrazarse. Mucho de lo que hacemos y hemos hecho en Latinoamérica está incluido en la mejor arquitectura de la historia contemporánea; basta con revisar los ejemplos de Villanueva y Salmona, o asomarse a la década de los cincuenta cuando la arquitectura de Caracas estaba en la vanguardia de las publicaciones, las exhibiciones y la crítica.
¿A qué nos lleva condenarnos a esa “franqueza y honestidad de reconocer nuestras limitaciones históricas, nuestras imperfecciones, nuestra brutalidad áspera e incierta de los acabados?”. Me temo que puede ser una trampa que justifique errores y mediocridades, una coartada para delirantes experimentos disfrazados de tercer mundo.
En este sentido me preocupa un enunciado del blog: El edificio es exactamente lo contrario de lo que está de moda en la arquitectura globalizada. Allá se inventan formas excepcionales para desespero de ingenieros. Aquí, en cambio, se parte del ingenio de los ingenieros. Yo pensaría que un museo de arquitectura debería partir del ingenio de los arquitectos. Más allá de esta presunción me pregunto: ¿Qué tendrá de ingenioso la propuesta estructural? Según lo que he logrado ver hasta ahora –una visión que admito es superficial–, se trata de una estructura bastante ordinaria.
Entrar a analizar el que un director de un museo se adjudique el proyecto del museo, es un tema que no nos lleva a ninguna parte. Pero sí el hecho de que no se haya realizado un concurso que partiera de dónde y cómo se debe hacer un museo de arquitectura. Es una verdadera lástima que hayamos perdido esa oportunidad tan ecuménica y congregante. En la naturaleza del tema palpitaba una convocatoria abierta, una invitación a participar. Pero la edificación se dio en secreto, hasta que se hizo estruendosamente visible. Entonces apareció el urgente argumento de que allí había una “gran tienda”, que no sabemos quién y por qué la colocó en tal lugar. Realizar el museo a espaldas de la sociedad de arquitectos y las facultades de arquitectura, es pretender parir una criatura sin convocar a sus legítimos padres naturales, los que, a la larga, la van a nutrir sin subsidios ni imposiciones.
El texto del blog hace un augurio: si el final de la trayectoria es positivo, si el equipo, la dirección y el público responden al reto, Venezuela contará con uno de los más importantes museos de arquitectura de Latinoamérica y quizás del mundo, ¿por qué no?. Comprendo que siempre esté subyacente la búsqueda y el anhelo de ese reconocimiento universal, primer mundialista, pero me temo que el Museo de Arquitectura en Buenos Aires, con la sencilla remodelación de la torre de agua de un complejo ferroviario, será siempre una mejor propuesta. No creo que empaquetar el edificio en una membrana metálica de apenas un milímetro de espesor, como un desafío tropical –lo que sólo es posible aquí, en este trópico del cual deberían nacer nuestras ambiciones serenas y nuestro orgullo terrestre, sea argumento suficiente para hacer del edificio uno de los más importantes del mundo.
Alguien dirá que debemos esperar a que esté terminado antes de juzgarlo, y, en mi opinión, lejos de ser terminado debe ser derribado; y añadiría una exigencia: un Museo de Arquitectura debe incluir en su programa la creación de una plaza, como la de los Palos Grandes, una tipología fundamental en la configuración de nuestra ciudad y sus 400 años; nunca jamás su eliminación, como si fuera un simple lote vacío.
El texto propone además que será un museo donde se pueda apreciar lo que en la historia se ha hecho y aprender de ello. Me temo que nació negando lo que podíamos aprender en el propio lugar de sus cimientos, despreciando lo que nuestra ciudad nos ha legado, por pequeño que sea. Me temo que el museo, además de un galpón, será un manifiesto contra la herencia que nos dejaron los arquitectos y urbanistas que nos preceden, contra el testamento que nos toca escribir, contra los recuerdos de simples espectadores, desde fanáticos taurinos hasta los caminantes de siempre.
Alguno dirá que la avenida Bolívar ya había borrado del mapa esa ofrenda, pero insisto en que las consiguientes propuestas, como la de Rotival y la de Gómez de Llarena, planteaban reinstaurarla o respetar el área verde. Nunca desapareció de la memoria y de las posibilidades fisiológicas del lugar, eso explica todo lo que la zonificación del Parque Vargas le concede al sitio.
Esta es la dolorosa revisión a que me refería al principio: asistimos impávidos al espectáculo de cómo una plaza más ha sido borrada en Caracas. Esta vez para dar paso a un museo de arquitectura.
El citado blog comienza diciendo: Franqueza y claridad de parte nuestra nos parecen imprescindibles cuando su carencia es tan evidente en las pequeñas maniobras de la mediocridad politiquera. Y ojalá que un texto como el que sigue ayude, sin negar la fuerza de la polémica honesta, a renovar y afinar un instrumento demasiado mellado y oxidado: el de la crítica de las ideas, de la profundización medular, del análisis conceptual, ¡el que tanto le falta al horizonte arquitectónico actual!
Lamento que esas buenas intenciones sean propuestas cuando una maniobra las ha hecho estruendosamente tardías.
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