Fuente: Prodavinci
Por: Federico Vegas
Se habla mucho y con inusitada pasión de la Torre David y su León de Oro, pero, ¿alguien se ha fijado en lo que montaron en el Pabellón de Venezuela en Venecia? Parece una feria agrícola en la que ya se vendió la mercancía y sólo quedan los letreros con las ofertas y la decoración floral. Pensé que no valía la pena entristecerse más de la cuenta, pero al adivinar en el salón principal las entradas de luz que diseñó Carlo Scarpa –el arquitecto italiano que diseñó esta exquisita edificación– comprendí cuánto había de profanación en aquel recinto, nuestro reiterado escenario de oportunidades perdidas.
En la Bienal de Arquitectura de Venecia los pabellones de los diferentes países muestran lo más significativo que han realizado en los últimos años. Esta vez hay estructuras de los portugueses Alvaro Siza y Souto de Moura; de los brasileños Lucio Costa y Mendes da Rocha; del chileno Alejandro Aravena quien a través de los proyectos de dos ciudades busca cómo transparentar y afrontar, mediante el diálogo y la participación de los ciudadanos, los conflictos y miradas diversas que inevitablemente existen entre los habitantes de una ciudad, para establecer un “piso común” que permita trazar un futuro que haga sentido a todos los involucrados”.
El León de oro a la mejor exhibición en un Pabellón la obtuvo la presentación de Japón. Los arquitectos Kumiko Inui, Sou Fujimoto y Akihisa Hirata, con la colaboración de Toyo Ito, propusieron el proyecto “Home for all” –Hogar para todos–, un proyecto para los habitantes de Rikuzentakata que perdieron sus viviendas en un tsunami. Home-for-All es un intento de proporcionar lugares donde aquellos que han perdido sus hogares puedan disfrutar de un poco de respiro, un lugar para reunirse, hablar, comer y beber juntos.
Para entender qué intenta Venezuela presentar al mundo podemos comenzar con las palabras del propio creador de la muestra, el arquitecto Doménico Silvestro:
Quería utilizar la tensión y los colores primarios de estos croquis para llamar la atención sobre los aspectos más problemáticos de las ciudades de hoy. Este grupo de gestos gráficos no aspiran a definir la imagen de una nueva ciudad, o de las ciudades del futuro, sino simplemente crear referencias intuitivas, emocionalmente cargadas, al alcance de todos los visitantes, para que cada uno construya su propia visión de las ciudades que nos gustaría tener.
Y tiene razón Doménico. En Venezuela nos estamos alimentado básicamente de “referencias intuitivas” y “emocionalmente cargadas”. Al carecer de un acuerdo y un propósito colectivo e integrador, hace falta cerrar los ojos para imaginar la ciudad que nos gustaría tener, o acudir a estas acrobacias de “croquis de colores primarios” suspendidos entre “gestos gráficos” y entonces inventarse cada uno “su propia visión”.
Nuestro pabellón representa a cabalidad un Estado que “no aspira a definir la imagen de una nueva ciudad”, sino, como se lee en una de las protuberancias blancas del Pabellón: El objetivo para el 2019 es construir 3.000.000 de habitaciones.
Imagen cortesía de Prodavinci
El propio Doménico, mientras juega con cubitos de cartón en un hermoso día de verano en Venecia, representa con elocuencia la actitud de un gobierno que, frente a la “problemática de nuestras ciudades”, se propone repetir la misma fórmula de viviendas sin ciudad, una manía porfiada y tenaz. Para calificar esta insistencia en un mismo error, un adjetivo más adecuado sería “contumaz”: “Dicho de una materia o sustancia que retiene y propaga los gérmenes de un contagio”. Lo cierto es que hablar de “3.000.000 habitaciones” suena más a promesa hotelera que al futuro de nuestras ciudades.
Imagen cortesía de Prodavinci
Ante tan poca consistencia, ante la ausencia total de arquitectura, ante un vacío que las palabras y los colores primarios no logran llenar, uno se pregunta: ¿Por qué no se le ofreció un rincón del Pabellón a la creación más notoria de estos dos últimos años: El Mausoleo de Bolívar. ¿Será por no formar parte del protocolo de las 3.000.000 habitaciones? Otro posible motivo es que contrasta con el título de la muestra: La Ciudad Socializante vs. La Ciudad Alienante. Un Mausoleo puede resultar bastante intimidante. La sola definición: “monumento funerario y sepulcro suntuoso” ya tiene algo de alienante, de extraño y ajeno con respecto a la personalidad de Bolívar. Más aún su etimología, pues, ¡qué diablos tiene que hacer nuestro Libertador con el pedante y dispendioso Mausolo, sátrapa de Caria y esposo de la dispendiosa Artemisia! Estoy seguro de que Bolívar hubiese preferido el homenaje de un Parque Bolívar en La Carlota con 30.000 niños jugando que una tumba solitaria.
Quizás hay una razón adicional: el Mausoleo no calza en una Bienal Internacional. Sólo en el contexto de Caracas funciona una justificación soportada en frases como: después de haberlo analizado cuidadosamente como instrumento y artificio de redención de la enorme deuda cultural y política que poseemos con el máximo prócer venezolano. Entrar al Pabellón de Scarpa y toparse con el Mausoleo asustaría hasta al mismo Posani, aunque en el contexto caraqueño nos asegure que …estamos en presencia de un valor arquitectónico fenomenal, sorprendente en su madurez, resultado de un formidable acto de valentía, nuevo eslabón en la historia de la construcción del espacio con valor cultural, en este país.
La coletilla después de la coma, “en este país”, nos da la pista de que hay varas para medir en estas tierras que no funcionarían en Venecia. Otras edificaciones resultarían igual de incoherentes y hasta cómicas, como el Cohete Bicentenario, el Museo de Arquitectura o la Ciudad Caribia con su geografía de calle ciega.
Marcelino Madriz definía “alienación” como una mezcla de perplejidad y pendejada. Si unimos esta definición al proverbio “dime de que presumes y te diré de que careces”, comenzamos a comprender por qué el Pabellón de Venezuela se debate entre la pendejada y la perplejidad al presentar en Venecia una ensoñadora y patidifusa realidad. Parece el discurso de un grupo de oposición que sueña con el poder en un país sin recursos, no la obra de un gobierno que por más de una década ha manejado a su antojo recursos colosales.
Imagen cortesía de Prodavinci
Esta situación nos lleva en picada a la “La Torre David/Gran Horizonte”, la muestra que ha sido premiada con el León de Oro a la mejor exhibición internacional. El vacío de nuestro Pabellón viene a ser la explicación y la antesala de nuestra verdadera presencia en la Bienal de Venecia. Con todo y el Pabellón de Carlo Scarpa ahora somos conocidos sólo por esa Torre donde parecen congregarse, como en la Torre de Babel, nuestros vicios y confusiones, divisiones e incongruencias, incluyendo nuestra capacidad de sobrevivir en medio de la riqueza. La Torre David es la respuesta a un Goliat tan torpe y tan ciego que se niega a ver el escenario real de la batalla.
Los arquitectos que esgrimieron en Venecia la Torre David actuaron como publicistas. Con toda la frialdad y oportunidad de quienes manejan lo propagandístico, vieron una extraordinaria oportunidad de figurar internacionalmente, pues la Torre David es un fenómeno arquitectónico, urbano y humano tan desmesurado como los recursos y limitaciones que la hicieron posible. En ella se encuentra todo lo que nos sobra y nos falta, nuestras desidias y falsas promesas, ceguera y torpeza, la desesperación y la imaginación de los más débiles.
No parece haber en la presentación de estos arquitectos ningún interés social, arquitectónico o moral. Se trata sólo de la utilización de una imagen y de unas circunstancias. Sí la oportunidad la pintan calva, esta tiene los sesos expuestos al aire. ¿Es censurable esta actitud? No en una sociedad del espectáculo. Donde se evidencia la hipocresía de esta maniobra es en el subterfugio de la arepera “Gran Horizonte”, un aditivo arquitectónico tan escaso como el comino en un guiso.
Y luego apareció el comunicado de un Colegio de Arquitectos que no ha tenido la sensibilidad y la originalidad de enfrentar estos temas descomunales, y ahora viene a dictar cátedra, enfurecido porque la muestra ha recibido un premio. ¿Cuándo antes se pronunció sobre la Torre David? Hizo falta que rugiera un león para que supiera de su existencia. Nuestro gremio debería estar diligente, reflexivo y humilde ante la puntería con que hemos sido expuestos, desnudados, premiados y castigados con un premio tan insultante como revelador. En esa Torre estamos todos representados en una Caracas vertical, con más crueldad y realismo que en el despoblado y servil Pabellón de Venezuela.