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jueves, 27 de septiembre de 2012

El Mausoleo, por Federico Vegas

Fuente: Prodavinci
Por: Federico Vegas

Imagen Cortesía de: Prodavinci

Si hubiera que representar tridimensionalmente al Chavismo, junto a sus evidencias y misterios, propósitos y secretos, recursos y limitaciones, metas y ambivalencias, enredos entre el pasado y el futuro, veneración y abuso de la herencia de Bolívar, una buena referencia sería el Mausoleo que han conectado al Panteón.

Este sábado pude darme una vuelta por su perímetro y meditar un poco. Muchas preguntas quedaron sin respuesta, pues todavía no está permitido a los laicos entrar a su interior (para el exterior tuve que utilizar el raudo estilo de los espías, pues un guardia me prohibió “tomar fotos de cerca”). No importa, una duda insatisfecha puede valer más que una respuesta estándar.

¿Por qué me estremece tanto este edificio? ¿Qué sacude en mi interior y me obliga a escribir? ¿Por qué no puedo dejar en paz a mi rechazo y seguir adelante? No es grato definirse por oposición, afirmar negando, por eso me he impuesto terminar este ensayo ofreciendo una proposición concreta.

Antes de la visita, mi primera aproximación al edificio fue preguntarme por qué al Mausoleo no lo llevaron al pabellón de Venezuela en Venecia como un ejemplo notorio de nuestra arquitectura más reciente. Una posible respuesta es que la obra sólo se defiende y se cuela en el contexto caraqueño, gracias a que estamos viviendo un período radicalmente distinto a los tiempos, por ejemplo, de la Ciudad Universitaria. Otra cosa muy distinta es llevar el Mausoleo a la universalidad de una Bienal. En ese medio, donde nuestras locuras y justificaciones políticas no tienen ninguna influencia, luciría faraónico, egipcio, propio de los gobiernos absolutistas árabes. Lo cierto es que nada memorable tuvimos para mostrar en la Bienal, y nada mostramos, salvo la promesa de una ciudad socializante versus un pasado alienante. Y ya sabemos cómo terminó reinando y representándonos la tan mentada Torre David.

Ya escribí también sobre lo alienante que resulta la sola idea de erigir un Mausoleo. El origen de la palabra se lo debemos a Mausolo, un sátrapa cuya esposa construyó el monumento más fastuoso de su época con el dinero que le habrían robado a su pueblo, al punto que fue considerado una de “Las siete maravillas del mundo Antiguo”. Búsquenlo en Wikipedia: “Según los historiadores, la vida de Mausolo no tiene nada destacable exceptuando la construcción de su tumba”. Hasta el nombre de su arquitecto, “Satiros” resulta sospechoso.

Los otros ejemplos notables que ahora recuerdo son el Taj Mahal, el mausoleo de Lenin y el de Napoleón. Estos edificios tienen diferentes escalas y materiales (el de Lenin en la Plaza Roja viene a ser el más austero y accesible), pero todos coinciden en ofrecer una puerta visible, invitante.

La imagen que tengo de Bolívar nada tiene que ver con los mausoleos. Hay un proverbio anónimo que puede darnos la clave: “No es más grande el que más espacio ocupa, sino el que mas vacío deja cuando se va”.

Esta idea, que relaciona con tanta sabiduría el espacio y la memoria, nos lleva a una posibilidad en la que he insistido. El verdadero homenaje a quien siguió la prédica de Santa Teresa de Jesús: “Vivir la vida de tal suerte que viva quede en la muerte”, deberá ser el Parque Simón Bolívar, a realizarse en donde hoy persiste inconmovible el aeropuerto de La Carlota. Y me estoy refiriendo a un parque clásico, como lo tienen tantas ciudades que admiramos; un parque que con su vital, verde y frondoso vacío, lejos de lo “utilitario”, de lo “ferial” o de lo “tecnológico”, nos recuerde siempre la inmensa falta que nos hacen las ideas y el espíritu del Libertador.

¿Qué pensaría Bolívar del Mausoleo? Dice el poeta Joseph Brodsky que la antigüedad existe para nosotros, pero nosotros no existimos para la antigüedad. De aquí parte un razonamiento que nos conviene explorar:

Lo que el pasado y el futuro tienen en común es nuestra imaginación, la cual es capaz de evocarlos. Y nuestra imaginación hunde sus raíces en nuestro pavor escatológico: el pavor de pensar que carecemos de antecedentes y de consecuencias. Cuanto más intenso es ese pavor, más minuciosa es nuestra concepción de la Antigüedad o de la Utopía.

Brodsky continúa diciendo que demasiadas veces tendemos a confundir a la antigüedad con la utopía, imponiéndole nuestros pensamientos utópicos a ese ambiguo y movedizo basamento que es nuestro pasado, y viceversa.
                                                   
Imagen cortesía de: Prodavinci

Un ejemplo vehemente de este pavor escatológico es imponerle a Bolívar un rostro respaldado por afanosas tecnologías futuristas. La sola idea de seleccionar una cara para representar toda una vida tiene ya mucho de reducción, de exclusión. Es muy distinto el rostro del Hugo Chávez que dijo “por ahora” al de quien hoy nos exige un “para siempre”. Es tan relativo y sutil seleccionar la expresión de una cara. En un solo día nuestra expresión cambia; a veces sin piedad, como bien sabe todo el que se ve en el espejo al apenas levantarse.

Graziano Gasparini nos habló sobre el perfil de Bolívar que dibujó François Désiré Roulin en 1828, “y que luego inspiró la efigie de Bolívar en las monedas de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela”. Gasparini le da gran importancia a este dibujo por ser un apunte tomado “en vivo”, pero olvida agregar lo más importante: es evidente que al propio Bolívar le complacía el resultado, que se sentía bien representado y a gusto con esa imagen.

Alfredo Boulton, quien estudió a fondo las representaciones de Bolívar, nos advierte al invitarnos a revisar su iconografía:

Si nos fuera dado topar en la calle con el Libertador, pasaríamos a su lado como lo hacemos junto a un desconocido. Pocos sabrían quien es. Puede que sus ojos nos sobrecogiesen, pero no acertaríamos a reconocer a ese hombre de paso presuroso, de rasgos finos, tez quemada, pelo crespo, frente alta, mirar vivo, nariz recta, talla baja, manos chicas, voz aguda, talle breve, gesto pronto.

Es comprensible la fantasía o la pesadilla de no reconocer al Libertador en plena calle, pero, ¿cómo no reconocer y respetar la imagen que el propio Bolívar consideraba válida? Bajo este punto de vista me gustaría revisar otra vez su iconografía: ¿Cuáles de los óleos y dibujos que conocemos los aprobó él mismo y convivió con ellos?

Bolívar no puede saber lo que pensamos de él, o lo que decidimos hacer con su imagen o sus huesos, pero nosotros sí podemos acercarnos a lo que él pensaba de su propio aspecto, y esta es una realidad más valiosa y reveladora que “los análisis morfométricos y antropológicos del cráneo”, incapaces, como anota Gasparini, de plasmar la fuerza y vida de una mirada, y, menos aun, de ofrecernos la visión que un hombre tiene de sí mismo al haber aprobado su propia representación.

Más difícil es tratar de entender que pensaría Bolívar del Mausoleo donde están por mudarlo. Analizando su carácter podemos inferir un punto de vista, una actitud. El Discurso de Angostura nos da algunas pistas:

No aspiremos a lo imposible, no sea que por elevarnos sobre la región de la Libertad, descendamos a la región de la tiranía. (…) Hagamos que la fuerza pública se contenga en los límites que la razón y el interés prescriben: que la voluntad nacional se contenga en los límites que un justo poder le señala…

Sabemos que en Bolívar se dan todos los extremos con la misma lucidez y pasión, pero en estas líneas encuentro unas ansias de equilibrio, un deseo de reconciliarnos con la realidad, un anhelo de estar en paz con el mundo, su preocupación por evitar “esa complicación que traba, en vez de ligar, la sociedad”. Sin embargo, al tratar de ser arbitro entre el pasado colonial y la futura república, Bolívar terminó consumido por ambas fuerzas. Al estar inserto en tiempos de transición siempre asumió lo inmensurable y jamás encontró un presente donde reposar. De su testamento es importante, no sólo su pensamiento y acción, sino el drama de su incandescencia. Esto explica que no lo asociemos con una casa propia y una familia, salvo el hogar donde nace y la hacienda donde muere, y acaso los recintos donde solo estuvo de paso.

Otra fuente importante a la hora de prefigurar dónde quiere Bolívar descansar para siempre es leer qué pensaba sobre la ciudad donde nació. Son tantas sus visiones como constantes sus deseos de volver:

Por Caracas he servido al Perú; por Caracas he servido a Venezuela; por Caracas he servido a Colombia; por Caracas he servido a Bolivia; por Caracas he servido al Nuevo Mundo y a la libertad, pues debía destruir a todos sus enemigos para que pudiera ser dichosa: mi primer deber es hacia ese suelo que ha compuesto mi cuerpo y mi alma de sus propios elementos, y en calidad de hijo debo dar mi vida y mi alma misma por mi madre.

Existen también deseos más urbanos, más apacibles:

Después de la creación de la república Bolivia, nada me detendrá más en el Sur. Yo voy a consolar a mis parientes y amigos de Caracas y también a descansar un poco en la vida campestre sin dejar de promover mil mejoras al hermoso país que Dios me dio.

¡Caraqueños! Nacido ciudadano de Caracas, mi mayor ambición será conservar este precioso título: una vida privada entre vosotros será mi delicia, mi gloria y la venganza que espero tomar a mis enemigos.

Desde el día que leí estos dos últimos fragmentos han quedado resonando en mi alma esos deseos de consolar, de descansar, de disfrutar de la naturaleza, de hacer las simples mejoras que sustentan la belleza, de volver a ser un caraqueño. Es tan enigmática esa trilogía que una vida privada había de proporcionarle: la delicia, la gloria y la venganza que espera tomar de sus enemigos. ¿Qué quiere decirnos con esta última revancha? Parece simple: quizás el mayor de los triunfos es lograr llevar una vida apacible en la ciudad donde se nace.

Pero nunca lo logró. La hacienda de San Pedro Alejandrino nos ofrece el último escenario de su idea del reposo, y viene a ser un hermoso punto de partida para entender a dónde el héroe quería llegar.

Todo este preámbulo niega el Mausoleo donde quieren encerrarlo, sobre todo cuando revisamos la arquitectura del edificio, su impermeabilidad, su aislamiento. Y digo esto por que la rampante edificación carece de una puerta propia. Primero se debe atravesar el filtro del Panteón, y luego, y sólo entonces, se pasa a la estancia contigua por una puerta que no se ve desde el exterior. Es un proceso similar al que se daba en el Templo de Salomón para acceder, como en un juego de cajas chinas, al “Santo de los Santos”, un templo dentro del templo donde sólo el Sumo Sacerdote podía acceder el día de la Expiación.

Los caraqueños aspiran a disfrutar los espacios públicos de nuestra ciudad, a conocer la vieja tradición castellana que asociaba la palabra espacio a “consuelo” y a “sosiego”, mientras “espaciar” equivalía a “aliviar el dolor”, a “alegrar”, “divertirse”, y la posibilidad más bella: “andar habiendo placer”.

Ese andar habiendo placer era justo lo que Bolívar soñaba con vivir y proporcionar a su sufrida ciudad. El Mausoleo se encuentra en un lugar abierto a estas posibilidades prodigiosas, un espacio rodeado por la Biblioteca Nacional, el Cuartel San Carlos y el Panteón, pero que aun así permanece sin bordes y sin una verdadera vida urbana. El Mausoleo ha venido a exponenciar ese silencio, esa falta de intercambio, participación y permeabilidad. Quien camina alrededor de sus paredes lisas y curvas no encuentra umbrales ni invitaciones al interior, y debe acudir al Panteón para tener una pista de cómo se entra, de como se accede a ese receptáculo cerrado al paseante.

Definir en que medida y de que manera este monumento nos adentra en los misterios y secretos del chavismo, en sus equívocos y limitaciones, ambivalencias y enredos entre el pasado y el futuro, tomará tiempo y quizás muchos sufrimientos. Hoy sólo me atrevo a plantear que es símbolo y signo de una incoherente utilización de la herencia de Bolívar.

Para explicar estos desvaríos la mejor manera es ofrecer una alternativa, explicar como arquitecto y como caraqueño dónde creo que Bolívar quisiera y pudiera estar. La respuesta es bastante sencilla: en el mismo lugar que cualquiera de nosotros. ¿A quién le gustaría pasar, muerto o vivo, un solo día en ese Mausoleo sin ventanas ni puertas, sin vistas a la plaza que lo circunda, sin Ávila y sin ciudad?

Partiendo o huyendo de la alternativa de ese encierro, y recogiendo las ansias de caraqueñidad y vida campestre que manifiesta el propio Bolívar, y utilizando la referencia de San Pedro Alejandrino y los últimos paisajes que sus ojos penetrantes contemplaron, propongo formalmente el Parque Simón Bolívar como sede para su reposo. Ya Rotival había propuesto un Epitafio en el Parque El Calvario como remate de la Avenida Bolívar. No hace falta tanta prosopopeya. Será suficiente elevarlo en una suave colina cubierta de palmas y helechos; darle sombra con una pérgola tan ágil como el ala de un pájaro, acompañarlo con una fuente surtida con las aguas del Ávila y miles de niños que jueguen a su alrededor, presentando el testimonio y el respeto de sus alegrías. Allí, en ese inmenso patio de la ciudad entera, todos podremos verlo y compartir de lejos y de cerca nuestras oraciones. Esa sería su mayor venganza contra la sectaria utilización de su imagen y de su nombre.

¿Y qué hacer entonces con el Mausoleo? Esta es una pregunta que no me atrevo a responder, pues la respuesta resulta obvia.

2 comentarios:

  1. Que manera de fusilarse un artículo. Le recomiendo a la gente que vaya a la fuente original http://prodavinci.com/2012/09/27/actualidad/el-mausoleo-por-federico-vegas/

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    1. Estimado lector, la intención de nuestro Blog además de ser un espacio para las instituciones culturales, pretende ser un archivo de referencia donde se concentren publicaciones de índole cultural.
      En la parte superior de cada artículo se señala la fuente que conduce al original, además incluimos el autor de los artículos que NO son de nuestra autoría, por el mismo carácter de archivo le comento que son muchísimos.

      Le ofrecemos nuestras disculpas y lamentamos, si en algún momento le dimos la impresión de que nos encontrábamos apropiándonos de las ideas de otros autores.

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