EL NACIONAL · DOMINGO 20 DE FEBRERO DE 2011 · SIETE DÍAS/1
Deslave de sombras sobre Reverón
Abandono oficial. En el terreno donde estaba el Castillete, hoy sólo hay indigencia e insalubridad. Nadie ha respondido con hechos al deseo de los vecinos de recuperar lo que la tragedia de Vargas destruyó
DIEGO ARROYO GIL
[Fotos: Henry Delgado]
El edificio anexo, ubicado en el traspatio del Castillete, se construyó a comienzos de la década de los años noventa para hacer pequeñas exposiciones
El carro se accidentó. Sencillamente se accidentó. Reportero, fotógrafo y compañía se quedaron varados a medio camino entre Caracas y Macuto. Hubo que esperar la grúa, "cooperar" con el guardia nacional que se había detenido a prestar auxilio y luego resolver cómo seguir adelante.
Echarse atrás, jamás. Cuando se toma la decisión de ir hacia el desastre, hay que sortear hasta los más bravos obstáculos porque devolverse complicaría más las cosas. Sobre todo cuando se quiere acercarse a él para verlo y decirse a sí mismo: "No puedo con esto porque me sobrepasa". Por lo demás, el Castillete de Armando Reverón siempre fue un lugar de peregrinaje y, a pesar de que en la actualidad es una ruina, todavía hay que pagar un tributo para llegar allí. Esa mañana el tributo fue aceptar ser echado a un lado de la autopista y quedarse un rato abandonado tragando hollín y polvo.
Mejor así. Peor hubiese sido llegar a Macuto con el ánimo ligero por haber tenido un buen viaje. Hubiese sido más difícil ver de frente esa enorme miseria, pisar ese terreno muerto donde el deslave de Vargas no había ocurrido 11 años atrás sino el día anterior, o esa madrugada, o hacía apenas una hora, o tal vez la verdad era que las piedras y el lodo estaban corriendo montaña abajo hacia el mar en ese mismo instante en el que los reporteros se pararon sobre el descampado, y lo que veían no era la consecuencia de una desgracia, sino la desgracia en vivo, la tierra siendo arrasada por los arañazos de una fuerza mayor embravecida.
Juan Padilla estaba arriba, al fondo, en el primer piso de lo que queda de un edificio que se construyó a comienzos de la década de los años noventa en el traspatio del Castillete para hacer pequeñas exposiciones.
Desde allí observó a los recién llegados como quien está acostumbrado a mirar fantasmas, sin susto, y siguió haciendo sus cosas. El resplandor del sol no permitía detallar en qué andaba el hombre, pero parecía estar dándole de comer a unos niños. Estaba tan en lo suyo que ni se molestó en preguntarles a los intrusos qué hacían en lo que se supone que hoy es su casa, a juzgar por la manera como se han dispuesto los muebles en la edificación en ruinas.
—¡Señor, buenos días! Somos periodistas, ¿podemos conversar?
—Bueno... Diga.
Padilla suspendió lo que estaba haciendo y se asomó para responder las preguntas que le llegaban desde abajo. Desde esa altura pero sin dar muestras de altivez, de rostro triste y ligeramente divagante en la manera de moverse y de hablar, el hombre comenzó por decir que vivía allí desde el año 2000... ¿Cómo continuar narrando esto? ¿Cómo describir ese "allí" en el que Padilla duerme desde hace más de una década? ¿Cómo es posible que un ser humano sea capaz de sobrevivir en medio de semejante abandono y en las peores condiciones de salubridad imaginables?
—¡Mishu, mishu! –se volvió de pronto chasqueando los dedos.
No eran niños a los que daba de comer sino a animales. Padilla no llegó allí como damnificado, pero se ha convertido en uno de ellos. Resulta que tan temprano como un año después de la tragedia de Vargas lo nombraron vigilante del museo. Cuando el 6 de febrero de 2006 se publicó en la Gaceta Oficial número 344353 que se había resuelto liquidar la institución y que sus "muebles e inmuebles" pasaban a la Fundación Museos Nacionales, él ya estaba acostumbrado a vivir allí. Había empleado ese tiempo en recoger animales que encontraba al garete o que se le acercaban en busca de cariño y alimento. Verlo hoy rodeado de ese zoológico es darse cuenta de que ha establecido con ellos una convivencia que los nutre a todos. "No deberían rehacer el Castillete sino acomodar esto para que los animales puedan vivir tranquilos. Tengo 18 perros, 30 gatos y 200 palomas. Yo estoy aquí a la buena de Dios, pero le tengo mucha fe a estos animales. Hay tanto mal en el mundo".
El segundo piso le sirve de "comedor" a Juan Padilla, que vive allí desde hace más de 10 años
—¿Cómo sobrevive?
—Protección Civil me da un sueldo y voy todos los días a comer allá. No me alcanza, pero uno se acomoda.
—¿Qué le pasó en la pierna? Usted está cojeando.
—Tengo una herida. Estaba por ir al hospital para que me la curaran.
Como en todo momento y a toda hora, esa mañana corría por el lado derecho del erial un hilito de agua que casualmente se llama El Cojo. Dicen que es un río, pero en realidad es una quebrada ahogada, una gota de agua que se abre paso a través de una garganta atorada de escombros y basura. Parece inofensiva, pero en diciembre de 1999, alimentada por la masa de tierra que se despeñó de la montaña, tuvo la fuerza de llevarse por delante el Castillete y varias casas, entre ellas la de Belkys Reyes.
—Usted es la señora Belkys, ¿verdad? Por allá arriba nos dijeron que viniéramos a hablar con usted.
—Sí, cómo no.
Por allá arriba era a 10 pasos de la puerta de la casa que ella se construyó en el mismo lugar donde estaba la que se llevó el deslave. Bonifacio Ramírez había dicho que ella era la indicada para opinar sobre la pérdida del patrimonio de Reverón. Entre una cosa y otra, Padilla se había escabullido por ahí con la manada mordiéndole los pasos. Los tres son vecinos. Viven en el callejón que sube desde el hotel Las Quince Letras hasta el terreno donde estaba el Castillete y donde se mantienen en pie las ruinas del edificio anexo que le sirven de refugio al cuidador de animales.
Con ayuda de Protección Civil, Padilla ha logrado convertir en una precaria habitación la Sala Audiovisual que se encontraba en la primera planta del museo
Belkys estaba del otro lado de la reja. El sol no daba tregua. "Pasen a la sombra", ofreció, pero nadie correspondió la cortesía y la conversación se dio allí mismo. Desde el primer momento, su trato amable dejó por fuera la posibilidad de que el encuentro se frustrara por el hecho de que, luego de decir que llevaba toda la vida viviendo allí, informara que era funcionaria del Ministerio de la Cultura. ¿Importaba? En ese momento no estaba hablando como "funcionaria" sino como vecina. Habló como una de las que organizan la ceremonia de la Cruz de Mayo. "Hacemos un sancocho e invitamos a los cultores decimistas para que le canten al maestro. Nos ponemos ahí donde estaba la puerta del Castillete, que era el lugar donde Reverón montaba la ceremonia. Cada año tratamos de hacerlo como él lo hacía".
Tímidos riachuelos de sudor comenzaban a advertir que el calor le estaba ganando la batalla a la templanza del cuerpo. Belkys no se inmutaba. Parecía estar dictándole pacientemente a un secretario mediocre lo que la comunidad ha hecho por honrar la memoria del artista. "En un principio los vecinos no querían organizarse en un consejo comunal. No creían en eso. Aceptaron hacerlo cuando acordamos que nuestro objetivo era recuperar el Castillete".
Tal fue el origen del Consejo Comunal Armando Reverón, creado a finales de 2007 pero de funcionalidad casi nula debido a que los vecinos no han logrado superar los obstáculos burocráticos que impone la ley. Fue inútil que Belkys tratara de explicar con palabras llanas, palabras de comunidad, un proceso tan enredado como el de preparar una nave espacial para el despegue.
De cualquier manera, la precaria organización hizo llegar al Ministerio de la Cultura una propuesta de proyecto para rehacer la casa de Reverón. "En 2009 vinieron los topógrafos a medir la tierra. Haberlos visto aquí quiere decir que están interesados en el proyecto, ¿no?".
María Elena Huizi pudiera darle una lección de desengaño. Fue la directora de la Fundación Museo Armando Reverón y durante los años subsiguientes al deslave fue testigo de un sucederse de esperanzas que no resultó en nada. "Después de la tragedia —asegura— logramos remover algunos escombros. Hice de todo hasta que en 2001 traspasé la dirección de la Fundación Reverón a la Galería de Arte Nacional. Pensé que desde allí se tomarían acciones efectivas. Lo que le pasó al Castillete fue la anticipación de la catástrofe que está ocurriendo con los museos. No he bajado más a Macuto. Lo mío son recuerdos. ¿Por qué me llaman a mí? Deberían llamar al Estado venezolano".
"Hay que recuperar el Castillete —insistía Belkys—. Es un patrimonio cultural muy importante". ¿Conjugó el verbo ser en presente? ¿Dijo que el Castillete es un patrimonio cultural muy importante? El presente es este: el Castillete no existe. Lo que hay es un montón de piedras sobre una lápida de tierra, y 18 perros, 30 gatos y 200 palomas ululantes como búhos, y las heces de esos perros mezcladas con las heces de esos gatos mezcladas con las heces de esas palomas. Y maleza, hierba mala que nunca muere, y el señor Padilla solo en medio de esa nada, y los muebles roídos donde el señor Padilla se sienta a ver pasar el tiempo, y el soliloquio del señor Padilla sobre la fidelidad de los animales, y la herida en la pierna del señor Padilla. Y una gran tristeza.