Esto es lo que hay
Artes Visuales
LORENA GONZÁLEZ
Durante el mes de enero dedicamos esta columna al desarrollo de una reflexión historiográfica y crítica sobre el pasado y el presente de los museos en Venezuela. Partiendo de la ciudad de Caracas se construyó un pequeño testimonio sobre la situación de riesgo que estas instituciones viven en la actualidad, a la espera de que tanto las políticas gubernamentales como la conciencia de espectadores, artistas, trabajadores e involucrados reaccionen y activen estructuras efectivas de participación y acción que permitan iniciar un proceso de "recuperación" de este patrimonio, cuyo estado actual refleja una delicada situación producto de la desidia.
Para concluir las consideraciones sobre este tema, es necesario destacar otro de los lineamientos de esas pequeñas y no por ello menos prolíficas estructuras museísticas que acompañaron la labor de los museos encargados de consolidar una buena parte de los grandes relatos del arte venezolano e internacional. En nuestra capital, esta labor estuvo en manos de organismos como el Museo Arturo Michelena y el Museo de la Estampa y el Diseño Carlos Cruz-Diez.
Ambos perfiles corresponden a una práctica museológica muy común que tiene como norte estudiar, preservar y difundir la obra de artistas reconocidos. Estos creadores, ya sea en vida o luego de su muerte, ceden a su país de origen un conjunto relevante y amplio de lo que constituyó su producción para estimular así la conservación de sus recorridos y hallazgos.
En el caso del Museo Cruz-Diez, fue este reconocido maestro e investigador que durante los años noventa se convirtió en la referencia principal de un centro con la mirada puesta en la indagación contemporánea de las técnicas gráficas y el diseño, espacio que le dio un apreciable lugar a creadores de disciplinas artísticas poco reconocidas.
En el año 2004, Katherine Chacón —su directora en aquel entonces— acordó con el artista la instalación de su Cámara de cromosaturación, una obra que con su arriesgada transfiguración del color desprendido de la rigidez de la forma para liberarse y convertirse en luz, atmósfera y espacio, es desde los años sesenta uno de los paradigmas más importantes de nuestra contemporaneidad.
Con respecto al Museo Arturo Michelena, fue la viuda del pintor, doña Lastenia Tello de Michelena, quien luego de la muerte de su esposo ocurrida cuando tenía 35 años de edad, donó a la nación la casa de comienzos del siglo XIX en La Pastora, lugar donde trabajaba el artista. También recopiló una meritoria cantidad de lienzos, bocetos, estudios y objetos que fueron entregados junto con el inmueble, con la finalidad de testimoniar parte de la vida de este creador, reconocido en el ámbito internacional como uno de los artistas académicos más relevantes de nuestro país.
Durante la década de los setenta el Museo Michelena fue designado monumento histórico. En el año 2004 El niño enfermo, lienzo de finales del siglo XIX, alcanzó cifras nunca vistas para una obra latinoamericana en la casa de subastas Sotheby’s, y se situó así como un referente dentro de las artes universales.
Frente a estas consideraciones es preciso no perder más tiempo. Los museos nacionales necesitan con urgencia políticas reales en torno a la recuperación de su infraestructura, la consolidación de sus líneas de investigación y la renovación de su autonomía administrativa y laboral, para así reavivar sus capacidades como entidades destinadas al resguardo y la afirmación de los vínculos y reflexiones que en sí misma la obra de arte contiene: testimonio y detonante inigualable de los logros y vicisitudes en la historia de un país.
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