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martes, 13 de marzo de 2012

“La sociedad exige mucho del arte” Félix Suazo.

vía: @grjoseluis
Fuente: El Nacional. Caracas, Venezuela.
Por: CARMEN V. MÉNDEZ


El investigador asegura que los artistas han creado nuevas bases




El director de El Anexo indica que el trabajo del circuito independiente del arte es titánico, y considera que la sociedad exige demasiado de un movimiento que ha tenido que reinventarse


“La intolerancia ha generado
procesos de ‘guetificación”


Hace cinco años que el investigador Félix Suazo decidió, junto con un grupo de amigos, abrir las puertas de sus casas para mostrar arte. Lo hizo sin expectativas comerciales, más bien para contribuir con el estudio de ciertas tendencias del arte venezolano, surgidas en los años setenta y ochenta, con las que la historiografía nacional tiene una deuda. Así nació El Anexo, un lugar que aborda a la generación de Claudio Perna, Eugenio Espinoza, Héctor Fuenmayor, Antonieta Sosa y Diego Barboza, entre otros, pero también al arte contemporáneo. "No es que estemos aferrados a una visión nostálgica de un pasado sino que creemos que gran parte de las producciones y experiencias que se nos presentan en la escena artística actual tendrían una explicación originaria justamente en estas proposiciones. Se trata fundamentalmente de mostrar y de reflexionar sobre lo mostrado", señala el también coordinador de Periférico Caracas. 

—¿Cómo ha sobrevivido El Anexo, que funciona en un espacio doméstico, cuando hay lugares respaldados por instituciones y mercados que han desaparecido? 
—Lo que pasa con El Anexo es que es un proyecto hecho desde el cuerpo y con el cuerpo. No surge pensando en los recursos que se tienen o en los que se podrían obtener a futuro, sino pensando en el capital intelectual y en los modestos recursos materiales que teníamos como equipo Nancy Farfán, Gerardo Zavarce, Zinnia Martínez y yo. Por supuesto, con el apoyo incondicional de unos cuantos artistas, entre ellos David Palacios, Juan Carlos Rodríguez, Juan José Olavarría, Deborah Castillo y Argelia Bravo, y otros que nos han ayudado en diversos aspectos que son necesarios no solamente para concebir una exposición y ponerla en escena, sino también para conceptualizarla, discutirla y profundizarla. Como surge desde el cuerpo simplemente va creciendo y avanzando con nosotros. También hemos tenido una gran receptividad de los medios y de otros colegas del campo que muy respetuosamente nos han apoyado con su complicidad, indicaciones y sugerencias. 
—Pareciera que toda la escena contemporánea descansa sobre el circuito independiente. ¿No es algo desproporcionado? 
—El trabajo del circuito independiente es titánico. Se basa en la iniciativa y en la convicción de quienes lo hacen más que en la potencialidad y oportunidades reales que existen. Estamos en un país que lleva varios años de control de cambio, lo cual incide en la circulación de las obras y en el desplazamiento de muchos de los artistas que tratan de movilizar sus instituciones y propuestas. Ellos están asumiendo políticas de responsabilidad social a cuenta y riesgo propio. Los instrumentos jurídicos de responsabilidad social no ofrecen suficientes beneficios ni ventajas al sector artístico y eso hace que el trabajo de estas instituciones sea forzado. Además, la intolerancia ha generado procesos de ‘guetificación’ y ‘autoguetificación’ injustificados. 

—¿Se trata de un problema institucional o creativo? 
—La cultura es justamente el encadenamiento de los elementos y rituales que se tejen en torno a sus instituciones y, por supuesto, a sus prácticas. La obra de arte está directamente relacionada con una institucionalidad activa pero fracturada, que uno no puede decir que ha sido inexistente pero que en muchos aspectos ha dado la espalda a un horizonte importante de esas creaciones. Hablo tanto de instituciones oficiales como de instituciones privadas. En ellas los creadores hacen gran parte de su trabajo con sus propias energías y fuerzas, hasta donde pueden. Entonces tenemos un panorama artístico en el que unos medios se han impuesto sobre los otros, especialmente el fotográfico y el audiovisual, y en el que hay una cierta inclinación hacia los lenguajes que depositan gran parte de su legitimidad y efectividad en la conceptualización. Por otro lado, hay una serie de producciones vinculadas con los medios tradicionales con incidencias de las prácticas artesanales o de la decoración en el espacio del arte. ¿Qué tenemos entonces? Una aparente normalidad, que es lo que la gente lee o interpreta como un agotamiento o como la ausencia de un punto de quiebre con respecto a lo que se ha hecho anteriormente. 



—Algunos críticos señalan que la escena está estancada, que es reiterativa, que la proliferación de las colectivas no es un buen síntoma.
—Hoy estamos hablando de lo que creemos que está sucediendo con el arte y no lo estamos viendo en su devenir, en una década en la que el movimiento artístico local se ha tenido que reinventar, ha tenido que crear nuevas bases en un siglo emergente también y en un país que ha sufrido modificaciones traumáticas, que ha tenido que abrirse hacia otras formas de institucionalidad, más independientes. Quizás le estamos pidiendo demasiado al movimiento artístico, que ha tenido que reposicionarse, ganar otros espacios, que en parte le fueron negados por la institucionalidad oficial —por aquellas directrices de que no se hacían individuales o de que todas las exposiciones debían tener algún tipo de interés o sesgo ideológico—. Creo que vivimos en una sociedad fatigada, que se acostumbró a la dinámica de la producción, de la inmediatez y de la novedad y que está pidiéndole al arte más esfuerzos de los que ya está haciendo. Si uno lo ve desde el punto de vista de qué hay de nuevo desde el año pasado, evidentemente no mucho. Pero si uno lo ve como la culminación de un proceso de reinvención, creo que estaríamos en un punto de inflexión hacia una visión autocrítica. Hay que ver esa crisis de cara a las expectativas de la sociedad y lo que ésta pide. Algunos solicitan entretenimiento, otros reflexión crítica y unos lo más excelso y puro. Del otro lado están los propios productores del arte y los circuitos de distribución artística, que tienen que ver qué es lo que le están ofreciendo. 

Un lugar de encuentro

La experiencia de Periférico


Si bien se habla de crisis en el arte, Periférico Caracas pareciera eludirla bien. Sus exhibiciones figuran entre las más visitadas y comentadas. Félix Suazo, coordinador de esa sala, asegura que la clave es que el Centro de Arte Los Galpones ­que cumplirá siete años­ fue concebido como un lugar de encuentro. "La fundación ha estado muy cuidada tanto por Tulia González, su presidenta, como por Jesús Fuenmayor, que hasta hace muy poco fue su director general (aún no se ha designado a un sustituto). Es un sitio que acoge al público, que lo invita a ver". Ante la pregunta de si es un lugar de moda, responde que el surgimiento de sitios como Los Galpones, el Parque Cultural La Trinidad o el Centro Trasnocho ­tres polos que han demarcado la actividad cultural y se han vuelto muy influyentes­ no debería ir en detrimento de lo que los demás espacios hacen. "Los museos trabajan, aunque sea de manera parcial; algunos tienen la función de conservar la memoria y eso es importante, pero también hay otras áreas del circuito expositivo que son muy valiosas".

lunes, 25 de julio de 2011

"No hay una sola obra nueva hecha por el bicentenario"

EL NACIONAL · DOMINGO 24 DE JULIO DE 2011 · SIETE DÍAS/4

.entrevista
Roldán Esteva-Grillet





"No hay una sola obra nueva
hecha por el bicentenario"




El investigador critica el sesgo político que ha dominado la celebración de la Independencia de Venezuela y subraya que el gobierno actual no construye, tan sólo recupera lo que él mismo ha dejado perder. La exaltación del individuo, advierte, está vetada en la política cultural chavista

TAL LEVY


[Foto: Leonardo Noguera]

"De aquí a cien años quien se ocupe de investigar qué hizo el gobierno actual a propósito del bicentenario de la Independencia de Venezuela, ¿qué podrá reseñar? Nada", así de rotundo es Roldán Esteva- Grillet. 

El autor de Las artes plásticas venezolanas en el centenario de la Independencia 1910- 1911 hace un recuento breve de la otra celebración sobre la que tanto indagó: "El primer centenario fue increíblemente popular, se invirtió mucho en arte, en ornato urbano y no había el sesgo político que hay ahora. Como obra pública, se inició el plan de carreteras. El énfasis era modernizar el país. 

Hubo congresos, como el de Medicina o el Bolivariano, que no era para hablar de Bolívar, sino de integración de los países bolivarianos para, por ejemplo, equivaler los títulos universitarios o acordar las tarifas del telégrafo. Hubo numerosas iniciativas, incluso privadas, y muchos monumentos y edificaciones nuevas". 

Y en el bicentenario, ¿qué se ha inaugurado? "Nada", insiste Esteva-Grillet. "No hay una sola obra nueva que podamos decir que la hicieron por el bicentenario. Éste es un gobierno que no construye, que no hace obra pública. ¿Qué hace? Reinaugura el Paseo de Sabana Grande, muy bonito, pero ya ese bulevar existía, al igual que la plaza Diego Ibarra, donde los buhoneros llegaron incluso a taladrar sus lozas de granito. Sólo hay rescate de lo que se ha dejado perder. Lo mismo sucede con edificios monumentales de teatros y cines que han recuperado. El año pasado hicieron el mástil gigante horrible y ahora en el centro han repintado las fachadas". 

—El Gobierno se esfuerza en tejer similitudes entre el tiempo de los próceres y el momento histórico actual. Ese empeño, ¿cómo afecta las artes plásticas?
—De manera nula. No hay artista que se haya tomado en serio la llamada del Gobierno a hacer un arte revolucionario ni patriótico ni bolivariano. La última definición de arte revolucionario que dio Francisco Sesto, el único ministro importante que ha habido en Cultura y que se recordará por sus bufonadas, señalaba que es el arte de las masas. El Gobierno no quiere reconocer que el arte es un producto individual. Su idea del arte es romántica, de principios del siglo XIX, de rescatar una creación colectiva, pero colectivamente no hay creación. Uno de los signos de la civilización, y hablamos de civilización desde Grecia, es el descubrimiento del individuo, del carácter personal de toda creación; que eso pueda después servir a una identificación colectiva es otra cosa. 

—¿Se puede hablar de una gestión cultural bolivariana?
—Sí, hay una política cultural, pero yo la llamaría chavista porque el término bolivariano ya ha sido demasiado prostituido. Al no haber contradicción entre lo que propone el Ministerio de Cultura y Hugo Chávez, significa que se interpreta en buenos términos lo que él desearía. Y ¿cuáles son sus deseos? Acabar con el individuo, con la propiedad privada, con el reconocimiento del talento individual; no reconocer los méritos de personas escolarizadas porque se maneja esa idea romántica de que lo más limpio de todo interés mercantil sería lo que viene de la gente menos preparada. De allí la exaltación de las artes populares. ¿Artista popular porque viene del pueblo? Jacobo Borges también viene del pueblo. Nuestros grandes artistas vienen del pueblo en el sentido de que sus orígenes son muy humildes. 

—En estos últimos años ha habido en el país una insistencia por forjar una diferencia entre el arte culto y el popular. 
—La crítica de arte Marta Traba, en un famoso coloquio en México, sostenía que no había arte culto ni popular, sino arte pues lo que debe examinarse es la calidad y no el origen ni la pretensión. ¿Por qué esa preferencia por los artistas populares? Porque ellos prestan sus obras y quedan agradecidos, se conforman con cualquier cosa. Muchos ni siquiera son profesionales, son aficionados, más fáciles de manipular. El trabajo político que se ha hecho con los artistas populares está condenado al fracaso si se dirige a los que sí tienen conciencia de su profesionalidad y de su ubicación dentro de un mercado artístico. Ningún artista que se respete acepta una subvención, lo que quiere es que su obra sea apreciada y la mejor forma de demostrarlo es que pueda comer gracias a su venta. 

Activos a los ochenta. El historiador y crítico de arte señala que la plana mayor del arte venezolano está integrada por creadores octogenarios: Virgilio Trómpiz, Avilio Padrón, Víctor Valera, etc. "Gente muy productiva, no digamos ya Carlos Cruz-Diez. Con esos grandes artistas que fueron la generación de la vanguardia nuestra, ya el artista joven no es como antes que tenía que alimentarse con lo que había fuera. Ese tipo de arte no le interesa al Gobierno, no lo promueve, está desahuciado. Estos artistas no son invitados a exponer y si aparece alguna obra de ellos es porque ya estaba en la colección. Desde hace más de diez años los museos no compran obras de arte actual", afirma un Esteva-Grillet cansado de los "ya enésimos remontajes de la colección". 

Según el autor de Para una crítica del gusto en Venezuela, que obtuvo el Premio Conac de Ensayo en 1992, los museos no acuden a las colecciones privadas para sus exposiciones por una razón: "Para no pagar los seguros y no contribuir con el capitalismo. Eso no lo han dicho hacia afuera, pero es una práctica interna". 

—Las artes plásticas y la música han sido dos de las grandes expresiones venezolanas. ¿Por qué en este gobierno la una importa tanto y la otra tan poco?
—La una importa tanto porque no la pueden negar, porque los éxitos del Sistema Nacional de las Orquestas Juveniles e Infantiles vienen de lejos. Hay que aplaudir al Gobierno por haber sido sensato en eso, pero también a la empresa privada que ha apoyado siempre esas iniciativas. El único contacto que tienen los artistas plásticos con el Gobierno es que cada dos años puede salir su número de suerte y ser escogidos para representar al país en alguna bienal internacional. Pero no va uno, sino cuatro o cinco; ahí vale también eso de que no se promueven individuos. Esas selecciones se hacen en función política, son muy arbitrarias, nunca se sabe quiénes la hicieron ni por qué. ¿Por qué no envían a artistas populares? Porque no quieren hacer el ridículo. Sigue habiendo personas allegadas al Gobierno que tienen formación; entonces, salvan la situación pero no pueden imponer sus criterios. En la anterior Bienal de Venecia, Antonieta Sosa era la única que merecía estar allí. Ahora enviaron a tres personas y la única que tiene suficiente trayectoria es Clemencia Labin, pero está representada con el video de la Velada de Santa Lucía que al Gobierno le interesa porque es colectivo. Una salida populista que no significa su obra de arte, la cual no está exhibida. Para conocer su obra individual hay que ir al Centro de Arte Los Galpones. 

—Sandra Pinardi ha dicho que la política cultural revolucionaria es colonialista, apuntando a su aspecto ruralizante, que desconoce a la Venezuela moderna. 
—Absolutamente de acuerdo. Hay un rechazo a la globalización, a la modernidad. Hay un reclamo del siglo XIX. Los héroes son Cipriano Castro, que era un hombre primitivo, ni siquiera Marcos Pérez Jiménez, que era un hombre moderno, ni Antonio Guzmán Blanco. Hay un retroceso ideológico y una ilusión muy utópica de creer que mientras más atrás vayamos, es decir, antes del surgimiento del capitalismo, que es el feudalismo o el esclavismo, antes del nacimiento del individualismo, se vivía mejor. Hay que ser realista, ubicarse en la sociedad contemporánea, con sus pro y sus contra. 

Dejadez a la vista. Pese a todo, Esteva-Grillet, que forma parte de la Asociación Internacional de Críticos de Arte de Venezuela, no pierde la capacidad de asombro frente al abandono, al ver la obra de Lía Bermúdez llena de grafitis o la de Gego con las cuerdas rotas en los espacios al aire libre de Parque Central. "¿Por qué el Museo de Arte Contemporáneo no llama la atención? Bueno, porque es el Gobierno llamándole la atención al Gobierno y entre bomberos no se pueden pisar la manguera". 

Alude al que cataloga de reconocimiento sincero por parte del director del Museo de Bellas Artes. "En una entrevista, Rubén Wisotzki dijo que si en seis meses no lograba el público que había antes, renunciaría; es decir, se daría por fracasado. El público que había antes, ese público minoritario, elitesco, quisieran tenerlo nuevamente porque mal que bien era un público. ¿Cuál es el público actual de los museos? Tienen público, pero por los espectáculos gratis, no por las exposiciones", afirma quien trabajó seis años en la Galería de Arte Nacional como jefe de investigación y curador. 

—¿Cómo describiría los museos venezolanos?
—Los museos son ahora tumbas del arte, es decir, lo que fueron originalmente en el concepto etimológico de la palabra, que era la tumba de uno de los dioses, donde se guardaban tesoros. El arte actual no está representado allí. Visitar los museos deprime. No hay nada atractivo. No pueden hacer nada, tienen limitaciones presupuestarias. Aunque haya gente preparada dentro todavía, incluso gente nueva que son una excelente adquisición, a veces ex alumnos míos que yo recomendaría, pero qué pueden hacer con toda esa política que reprime y limita las actuaciones. El mismo Juan Calzadilla está en la Galería de Arte Nacional de manos atadas porque todo está sujeto a lo que decidan allá arriba. Para eso no hay dinero y ya está; haga como pueda. La exposición de Luis Guevara Moreno y sus amigos no tuvo ni catálogo. 

—Si los museos son los guardianes de la memoria de la humanidad, como ha referido, ¿por qué la limitación presupuestaria?, ¿acaso no interesa toda la historia sino parte de ella?
—Es el problema de un gobierno militarista, nacionalista, populista, que cifra sus ideales en los héroes de la Independencia. No viven en el siglo XX ni en el XXI. Ellos no se identifican con nada. Para ver arte hoy en día hay que acudir a las galerías privadas, donde hay un buen movimiento.

Fuente: El Nacional. Caracas, Venezuela.

miércoles, 6 de julio de 2011

Jóvenes coreógrafos en precaria escena El Festival regresa a sus orígenes por falta de apoyo económico del Estado

Con o sin presupuesto admiro a las personas que tienen el valor producir eventos culturales en Venezuela, arriesgarse y ofrecer al público una opción diferente. Enhorabuena Valientes!!!


Fuente: El Universal Venezuela
Por: Ángel Ricardo Gómez




"María, Pene", "Creo Nº 1:85 kg. y un vestido de pepitas", "Apuesta a maravilla blue", "Anatomía 3" y "Eje cigüeñal 3e1-11, son algunas de las propuestas imagen: CORTESÍA JOSÉ C. GÓMEZ  



La edición XXI del Festival de Jóvenes Coreógrafos se realizó casi por un mes, del 25 de mayo al 19 de junio de 2005, en Caracas y Barcelona. La siguiente se hizo por menos días, del 8 al 18 de junio de 2006, y en sólo cuatro salas de la capital (Doris Wells y Juana Sujo, de la Casa del Artista, Museo de Bellas Artes y Centro Cultural Chacao). No obstante, la edición XXII contaba aún con invitados internacionales: PuntoZero de Italia, Estantres de Colombia, Raquel Ortega de España, Martín Inthamoussú de Uruguay, María Alejandra Marques de Argentina y Sebastián Salvador de Ecuador.

Por falta de recursos, la programación ha devenido en un sencillo encuentro de una semana, realizado en una sala experimental caraqueña con estudiantes de danza. "Quizás con un poco más de recursos podríamos llegar a más sedes en el interior del país y hacer el festival por más días", decía ya en 2005 Rafael González, uno de los organizadores del evento.

Si bien el Estado olvidó el apoyo económico para este tipo de eventos, el talento sobra... aunque se echa de menos el necesario roce internacional. Ojalá sobre también apoyo del público.

La edición 27 del Festival de Jóvenes Coreógrafos presenta a una camada de artistas a punto de graduarse en la Universidad Nacional Experimental de las Artes, cuyas propuestas, según Carlos Paolillo -crítico, profesor y principal promotor del festival-, son menos formalistas y más interesadas en la investigación y la exploración.

A raiz de un encuentro titulado, In-dividuos, miniaturas significantes, visiones del signo y el cuerpo verso, surgieron 10 obras, que se dividieron en tres programas, producto de seis coreógrafos. Las piezas son desarrolladas por seis bailarines y dos invitados especiales.

"Son bailarines bien formados en las técnicas formales de la danza escénica, con ténicas de la nueva danza contemporánea y conocimientos de la improvisación, el contacto... Es un grupo particular que no quiere reeditar lo que se ha hecho, sino inventar su propio discurso", dice Paolillo en torno de los jóvenes Lester Arias, Irene Bracamonte, Tábata Toledo, Naudy Contreras, Ariana Meleán, Gabriela Bracamonte, Sainma Rada y Raquel Piñeiro.

El crítico y docente universitario agrega que se trata de acciones testimoniales de mucha libertad personal en la expresión, con una carga emotiva y reflexiva importante, que tratan de indagar en el cuerpo expresivo y estético, y que apunta no a la complacencia sino a un público alternativo o a la formación de uno.

En efecto, Lester Arias ha dicho: "Queremos que la danza comience a recorrer el cuerpo del espectador, que él pueda bailar con nosotros". Al tiempo que Ariana Meleán ha señalado que la apuesta es a los "cuerpos sinceros". "Que no nos ajustemos a lo que fue, sino a lo que somos".

Regreso a los orígenes

Así como Danzahoy o el Ateneo de Caracas han tenido que empezar de cero debido al empuje -al abismo- que les ha dado el Estado venezolano, el Festival de Jóvenes Coreógrafos regresa al espíritu de sus primeras ediciones en los productivos años 80, sin abandonar la esencia de servir de plataforma para los nuevos talentos de la danza contemporánea.

Es cierto que la presente edición se lleva a cabo en la sala Horacio Peterson de la Universidad Nacional Experimental de las Artes, ubicada en la otrora sede del Ateneo, pero es imprescindible que el Estado acometa de nuevo el apoyo económico a programaciones tan importantes como esta.

"El Festival de Jóvenes Coreógrafos llegó a ser importante en toda América Latina porque promovía el intercambio cultural", recuerda Paolillo.