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domingo, 23 de enero de 2011

"El síndrome pastor de nubes"

Publicado en El Nacional disponible en: www.noticierodigital.com


Tulio Hernández
El Nacional / ND

El “síndrome pastor de nubes”

23 January, 2011


Lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer.
Eran los años de la primera presidencia de Pérez, el entusiasmo ucevista por el MAS y el MIR y grandes manifestaciones en reclamo de presupuesto.
En uno de esos días, varios compañeros de Sociología vimos a alguien que, lata de spray en mano, estaba a punto de rayar el Pastor de nubes, la pieza de Jean Arp que alegra la Plaza del Rectorado. Tratamos de impedirlo. Sugerimos que no hay nada heroico en maltratar sin necesidad una obra de arte, que había lugares mejores para hacer pintas, que además de museo gratuito al aire libre, la UCV era de todos, y otros argumentos semejantes.
El ultra se volteó a mirar a los veinteañeros que éramos, se tocó la pistola que llevaba al cinto y con un arrogante rictus de desprecio, nos dijo: “¿Y para qué quiero yo una universidad bonita si está al servicio de la burguesía?”. Se giró de nuevo, presionó la válvula y, para nuestro estupor, una gruesa ráfaga de pintura negra fue a dar, como un escupitajo de odio, sobre el brillante bronce de la escultura.
2.
La escena fue para nosotros una revelación. En aquel momento entendimos que había algo extraño, bárbaro y perturbado en aquel razonamiento un tanto elemental que justificaba la destrucción, o por lo menos los daños graves, a una obra de arte público en el hecho de que en el país existían muchas injusticias sociales.
Con el paso del tiempo, entendimos que no se trataba de una excepción sino de una ideología fanática y enferma ­en memoria de aquel incidente, me gusta llamarle el “síndrome pastor de nubes”­ que genera en quien la padece una disminución del entendimiento y una manía de rechazo a todo tipo de acto, objeto, institución o espacio asociado a la belleza, el arte y la estética en el entendido de que estas dimensiones de la vida colectiva son cotos cerrados de las élites que excluyen, así suelen hablar las víctimas del mal (léase con voz engolada y tono payasamente epopéyico), a “las mayorías empobrecidas que aguardan irredentas por su liberación”.
3.
El síndrome ataca de nuevo. Ahora desde el poder.
Una de sus víctimas más notorias es Pedro Calzadilla, actual viceministro de Cultura. Calzadilla, como nadie, ha logrado resumir, en muy pocas palabras, los síntomas claves de la dolencia. En referencia a la manera como los museos nacionales están siendo convertidos en refugios de emergencia para los damnificados de las recientes inundaciones, el vice ha dejado caer la siguiente perla: “Los museos fueron durante el puntofijismo los templos de la oligarquía… y verlos trocar en espacio que alberguen a nuestro pueblo debe ser motivo de satisfacción para nosotros” (sic).
Obviamente, los voceros oficiales desprecian la inteligencia de los demás. ¿Quién puede creerse el cuento tonto de que depositar familias sin techo en los museos nacionales es una performance cuidadosamente planificada, y casi poética, que debemos celebrar como un acto revolucionario? Algo no cuadra. Si el problema es que el arte es elitesco, ¿entonces por qué castigar a los museos y matar al mensajero, en vez de hacer programas eficaces de acercamiento de las artes al ciudadano común? Si es de techo y vivienda, ¿por qué en diez años, con todo los recursos y los hilos del poder en sus manos, no construyeron viviendas dignas que garantizaran seguridad a sus ocupantes? Y si es de emergencia, ¿por qué no crearon una bien dotada red de refugios para catástrofes como las que existen incluso en países muy pobres como Cuba? El viceministro miente a conciencia. Él sabe, porque es un historiador bien formado, que la decisión de ocupar los museos es una salida populista desesperada, un ejercicio de improvisación y una práctica innecesaria que contraviene todos los acuerdos internacionales de protección del patrimonio firmados por Venezuela.
4.
Calzadilla entra a la vieja GAN. Lágrimas visitan sus ojos cuando ve a un pequeño damnificado jugando con su barquito en el espejo de agua de Villanueva. Piensa que el pueblo es la verdadera obra de arte, la única que vale la pena preservar. Camina hasta el Carlota Corday, la obra de Michelena. Saca el spray que lleva bajo su chaqueta. Pulsa la válvula y escribe: “¡Patria, socialismo o muerte!”. Sonríe y mira a cámara, mientras piensa para sí: “Y perdonen la redundancia”.

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